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Salir de Lugo a pie es mucho más difícil que entrar a él. No se sabe cuándo termina. Las ciudades como ésta, que crecen por necesidad no parecen estar pensadas para ser abandonadas a pie. En vehículo es otra cosa: tomar una calle central, empalmar con la autopista y salir. Imagino que Santiago del Nuevo Extremo tiene la misma falencia. Cuando se intenta abandonar a pie una ciudad así, uno puede ver los zarcillos que la ciudad ha lanzado para intentar asirnos a ella: autos estacionados en callejas vacías, bares que parecen no tener parroquianos a quienes recibir, casas que se extienden a medio abandonar... Calles de tierra con veredas de cemento, basureros grandes vacíos y arrinconados entre cadenas.
Cuando crees que has salido, aún quedan restos de la ciudad dispersos, algunos posiblemente olvidados. En Lugo es posible ver casas de gente que quisiera estar cerca del Muro y no puede; y también gente que puede estar dentro del Muro, y no quiere. Todos ellos igual pertenecen a la ciudad.
Al fin, al cruzar la autopista, como si fuera una frontera, Lugo va quedando lentamente atrás.
Mientras camino ni pienso en la caminata. Pienso en mi tía María, y su muerte. Ella sabía que si yo me venía al Viejo Mundo no iba a estar cuando ella muriera. Cuando le conté en septiembre me dijo "¿Por qué tan lejos? Ya no te voy a ver..."
Lo irónico es que ella me ve, lo sé, pero yo ya no la veo a ella.
La carretera sube, y parece que es larga. Cuando miro la hora ya he caminado mas de dos horas y no me había dado cuenta. Pensaba en mi tía, y en la muerte, y en los dedos de sus manos, lisos, preciosos, como de las esculturas de vírgenes que tanto que visto en estos lares... Recordaba las historias que nos contaba de nosotros cuando niños. De cómo nos preparaba esas onces monumentales, de que nunca alcanzó a conocer mi departamento, de lo mucho que se alegraba de cuando la iba a ver... De que le quedé debiendo un ramo gigante de flores que siempre quise llevarle y siempre postergué.
Hace años que no me salía una rima decente en la cabeza, y de pronto me descubro que voy armando rimas en octetos sobre mi tía María... Y de pronto sale la estructura de la cueca según me la enseño Don Pablo Moraga... Una copla de ocho, dos estrofas de 7-5-7-5, y el remate...
Salió fácil... Nada de otro mundo, y psiblemente habría que pulirla si supiera más de cuecas... Pero así quedó, y es para ella. Decirla en voz alta en el campo me quebró la voz y me sacó, en parte, la pena del alma.
Pienso en todo lo último que hablamos con mi tía... Todas las cosas hermosas que me dijo, y sus últimas palabras casi como reproche, y que me marcan ahora el rumbo: "ándate ya... Y no voltees la cabeza para mirar para atrás"... Y sigo caminando, con el pecho apretado, sigo caminando.
Ya pasé San Vicente de Burgo, y los letreros me van llevando hasta el Templo de Santa Eulalia de Bóbeda, que me desvía 3 kms. del camino oficial, pero que no pienso perderme por ningún motivo. Corresponde a las bases de un templo romano del siglo IV, y tiene pinturas murales originales de esa época, perfectamente conservadas, según dicen.
Llego a Santa Eulalia de Bóbeda, un pueblo pequeñito, pero muy bien conservado. Es parte de un tecorrido de turismo rural que el gobierno de Galicia está potenciando, y que está muy bueno.
Entro a una sala donde hay una mujer joven que es la encargada de las visitas al templo.
- Viene poca gente... El templo es más conocido afuera que por los mismos gallegos...
Ella me explica la historia del descubrimiento con una pasión que contagia. Perdida en un pueblito mínimo de Galicia, se nota que ama el templo.
Me muesta algunos de los frisos originales sel templo que están en la oficina (que hace las veces de sala museo) y luego toma las llaves para abrir el portón que protege el recinto que está casi debajo de la actual iglesia (que también tiene bases sumamente antiguas, posiblemente del mismo templo romano)
Abre la puerta. Lo primero que veo son dos columnas exteriores, una puerta con arco y dos ventanas, casi todo en piedra tallada. En las paredes una imagen de Cibeles, vinculada a las aguas que curan, y sobre ella, en otro bloque, cinco niñas tomadas de las manos como si estuvieran danzando. En una pated de un lado, un hombre toma sus pies para curarlos en las aguas del templo.
El Templo, al parecer estaba dedicado a Cíbeles (Démeter para los Griegos, diosa de la fertilidad). Ella perdió a su hija cuando Plurón (Hades), dios de los muertos, se la llevó a su mundo para desposarla... El Santuario de Cibeles era para encontrar reposo, sanar los pies (imagino yo que el vínculo va porque son los pies los que nos paran en la tierra), y para encontrar la paz.
Entramos, y ya no puedo más de maravilla. Es un templo pequeñito. No deben ser más de 4 metros por lado. Eso lo transforma en algo muy íntimo.
En el centro del piso hay una pileta cuadrada, aún con humedad, llena de musgo y plantas acuáticas de hojas redondas. En las 4 esquinas de la posa habían columnas. Hoy sólo restan tres. Las columnas están labradas con espirales y terminan en capiteles corintios muy detallados, hoy medio desintegrados por la humedad y el tiempo. En el fondo hay un portal donde antiguamente había una escalera (hoy destruida) y que llevaba a la parte superior del Templo, que hoy no existe.
Pero lo más hermoso, y que me llenó de alegría fueron las pinturas al fresco de las paredes laterales en arco hasta el techo: sobre rombos formados por flores (¿calas de colores?) habían dibujados pájaros de todas las especies, y de todos los plumajes, llenos de color. Los faisanes parecían a punto de volar, gallinas y gansos, y hasta los pavos reales se movían, quietos, con una naturalidad que alegraba el alma. Los colores azules, amarillos, rojoa, naranjos, verdes, turquesas, cafés, negros, violetas... Todos los colorea eran pocos para los pájaros allí pintados.
- Que pena que hayas venido hoy, que está nublado - me dijo ella- Cuando hay sol, los colores brillan como si fueran un sueño. Una vez me quedé aquí, dentro del templo, dos horas, mirando los colores de los pájaros, que parecían que salían de la pared cuando les llegaba el sol. Era mágico.
Y yo le creí totalmente. Estaba embelezado...
Si el templo servía para curar heridas, y ayudar a pararse mejor, al menos conmigo lo había hecho...
Quise pagar por la visita, y ella me dijo que no, que era gratis, que nunca se cobraba por ver el templo. Con que me hubiese gustado bastaba. No sólo me gustó: quedé sobrecogido.
Para terminar, me dice que cuentan que el Emperador Augusto está enterrado en algún lugar del templo, o cercano a él. -¿Quien sabe? -dice- tal vez sea verdad... También dicen que Santiago está enterrado acá... Pero ya sabes, ¿no?. Santiago está enterrado en todos lados. - y reímos un rato.
Me despedí de ella, y seguí mi camino. Estaba como acelerado. Tomé parte del sendero rural que topaba con el Camino de Santiago, con lo que me ahorré como 1 hora de caminata. Me sentí el hombre con las decisiones más acertadas del mundo.
Eran las 1 de la tarde cuando llegué a San Román de la Retorta (si, suena como el Santo de los tres chiflados). Allí hay un albergue de peregrinos, pero me pareció que no estaba tan cansado, y podía avanzar al otro albergue.
- Queda como a 14 kms de aquí. Está en A Seixas- me dice el encargado del albergue de San Román.
- ¿Alcanzo a llegar antes que oscuresca, cierto?
- Si... Te quedan como cinco o seis horas. Por cierto... ¿Te llamas Diego, por casualidad?
Yo, sorprendido respondo que si.
- Ayer pasó por aquí una chica de Canarias, y también partió a A Seixas, y y te dejó saludos.
Yo, me río, agradezco el recado, y continúo mi viaje a A Seixas.
El siguiente pueblo es Santa Cruz de la Retorta (aunque suene como una frase que diría Robin). La Iglesia al principio ni me llamó la atención, pero se pronto caí en el sutil grabado que había en el arco de la puerta. Me acerqué para verlo con mejor detalle, y resultó ser un grabafo antiquísimo, muy sencillo, con esa belleza medio tosca de las cosas viejas: una imagen de un cristo entre círculos que parecían antros. Miraba de frente con una mano mas arriba que la otra. Busqué en la guía en gallego, y claro, era un relieve del S. XII, con un Cristo bendiciendo en medio del sol y la luna. Paece que estoy afinando el ojo para esta cosas románicas.
En la parte de atrás, una hermosa ventana con celocías de piedra. Una lástima que la puertas las hayan pintado con un esmalte verde Brillante, que parecían de latón, cuando barnizadas podrían haber resaltado la madera, que parecía de muy buena calidad.
Continúo mi camino hasta A Seixas. Y el siguiente objetivo era un puentecito romano pequeño, pero bien bonito, en Ferreira, unos 8 kms adelante.
Desde ese momento, no sé qué pasó, como si hubiese entrado en la dimención desconocida de las vieiras, porque llegado a un cruce, una vieira marcaba a la izquierda, y habían como seis flechas que marcaban, izquierda, derecha, seguir derecho, doblar, esta no, seguir por aquí, atajo, etc... Al final seguí la vieira, y de ahí todo fue un caminar incesante por curvas y recovecos llenos de barro, que me llevaban a otras vieiras o flechas. Si, estaba en el camino, pero aparece que no avanzaba nada. Al final anduve dis horas entre pueblos pequeños, caminos cortados donde me tenía que devolver y seguir por asfalto, hasta que vi que ya eran como las 4, y aún no llegaba al puente romano... Me dije, bueno, siguiendo las vieiras llegaré a algún lugar, aunque sea a Palas de Rei (parte del Camino Francés). Estaba resignado a haberme perdido el puente en alguna de las vueltas.
Llegado a un pueblo, las flechas y vieiras se acababan en un cruce de caminos. Una señora se asoma por la ventana y me indica por donde sigue el sendero.
-¿Queda mucho para A Seixas?
- No se... Serán unos 7 kms...
No podía creer que recién llevara la mitad del camino, y sólo me quedaban dos horas de luz.
Entregado a mi suerte, eran como las 4:30 cuando paso por un negocio cerrado, que se llamaba Ponte Ferreira. No pude comprar nada para comer, y ya estaba con algo de hambre, así que decidí sacar los orejones que me estaban quedando. De pronto, un letrero, y ahí estaba el puente romano. Caminé sobre él lentito, paso a paso (en cinco pasos se traspasaba, era pequeño). Tenía esa forma de arco en su superficie irregular. El río que pasaba por abajo estaba encausado y formaba un bello espejo de agua. Me senté cerca del puente, tomé agua, comí los orejones, y descancé unos diez minutos. No sé que vuelta me dí que demoré mas de dos horas en llegar, pero llegué. En mi favor sólo puedo decir que seguí las vieiras.
El camino encausó por el asfalto, y puse marcha rápida.
Para asegurarme, pregunté varias veces si el camino de A Seixas era el que estaba siguiendo. Todos me señalaban que siguiera adelante. El sol en la cara no es buen compañero de viaje. Al fin, a un caballero que hizo callar un perro que se acercó corriendo a ladrarme, le preguntè: - ¿Queda mucho para A Seixas?
No sé que cara me vio, que me dijo, "como 2 kms... Pero vamos, hombre, que ahora es todo bajada".
Eso me dio ánimos, y seguí, hasta que vi el letrero de Merlan. A Aeixas es el pueblo siguiente... Y al fin llegué. Eran casi las 6 de la tarde, y estaba comenzando a oscurecer.
Como era de esperar no había ningún negocio, así que llegando al albergue, le pedí a la encargada, Marifé, que me vendiera unos huevos y pan, si tenía.
El albergue parecía un hotel de lujo. Una casa antigua remodelada a todo trapo. Marifé era amabilísima, y me dejó pan, huevos y aceite.
Después de una ducha revivificante, unos huevos revueltos con queso y chorizo (los últimos pedazos del queso del inicio), me fui a acostar. Mañana era hacia Melide, empalmando con el Camino Francés, la recta final.
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