Profile
Blog
Photos
Videos
El camino comienza nuevamente con una subida, y le siguen curvas y contracurvas infinitas. El camino es muy rural, y los robles y castaños siguen acompañando la jornada. De pronto, cuando no llevo ni dos horas de viaje, distingo a lo lejos una mancha blanca en el paisaje: Melide. Las lomas gallegas, mucho más llanas que los parajes asturianos muestran el destino antes, lo que no siempre es bueno, dado que uno se vuelve ansioso de llegar...
Melide parece una gran ciudad, pero extrañamente esa sensación va disolviéndose en la medida que me acerco a ella. Entre curva y curva del camino se suceden poblados uno tras otro. Los techos ya no son de piedra pizarra, sino de tejas, rojas y anaranjadas. Hace ya un par de días que las Iglesias contienen dentro de los muros del suelo sagrado, las tumbas de los muertos del pueblo... Y hace ya una semana al menos que los cencerros dejaron de sonar como compañía permanente del camino.
El olor a cucho (bosta y paja medio fermentada), ese si que no se va. Habría hecho feliz el cambio de cucho por cencerros.
El camino serpentea. Cada meandro lleva a una casa, o a dos, dispersas entre los lomajes. El camino trepa o baja, las casas se agrupan y luego se dispersan dando paso a eucaliptus, robles, castaños y pinos.
Llego a un callejón de casas, un pueblo con pasadizos angostos. Hay una pequeña ventana de piedra llena de hojas redondas que brotan de los recovecos de las rocas... La miro con detenimiento, y le saco una foto.
Un caballero de edad me mira intrigado, y con voz calma y cariñosa me pregunta: ¿Y qué miras allí?
Realmente no había nada mucho que mirar, sólo que ya tenía por costumbre tener una foto de esas ventanillas.
- La ventana de piedra... Es que se ve bonita... - atino a responder
- Ah, si, si... - acota, como de veras no entendiendo qué tenía de "bonito" eso. Luego continúa, sin variar su voz cariñosa -¿Y viajas solo?
- Si...- le respondo. Él parece sorprenderse y se sonríe. Definitivamente soy un bicho raro para él.
- Buena suerte en el viaje - me dice con una sonrisa.
Una señora que había salido a botar la basura a los botes que estaban media calle más abajo escuchó la conversación, y la continúa mientras caminamos en la misma dirección:
-¿Y llevas mucho camino?
- Como 10 o 12 días
- Ay, madre, ¿Y descansas?
- En la noche, si.
- ¡La Virgen!, ¿No paras? tanto que caminas.
- Hay que acostumbrarse, no me queda otra
- Pues si, si quieres llegar... Vale, buen camino, ya queda poco.
A medida que me acerco a Melide se va haciendo más y más pequeño. Lo que desde lejos parecía una gran ciudad llena de edificios se convierte, ahora que se perfila mejor, en casas agolpadas en barrios... Muchos, eso sí. El cemento reemplaza a la piedra en las casas.
Son como las 12:30 del día.
La calle que abre paso a Melide es una calle amplia, con grandes casonas cuadradas y algunos edificios, hasta que las flechas del camino se pierden en una calle transversal que desciende. Esta calle está llena de negocios: bares (que aquí funcionan como picadas de barrio), ultramarinos (me costó un par de semanas que esto se refiere a una tienda de abarrotes, o algo así), perruquerías (supongo que eran "peluquerías" porque perros no ví), panaderías, arreglos de ropa, etc...
Sé que el albergue está en la calle San Antón, pero me sería mucho más fácil encontrar la calle si es que se dignaran a ponerles nombres en las esquinas. Aqui en Melide (como en otros lugares de España) parece que no está bien visto poner letreros con los nombres en las calles.
Bajo la colina hasta llegar a una punta de diamante que tiene jardineras con plantas. Ahí veo un campanario y, bueno, me digo algo es algo. Una iglesia siempre es un buen referente donde empezar.
Frente a la capilla (o Iglesia, o Parroquia, ya no sé), hay un Museo que está abierto.
Visito el Museo (algo desordenado, con muchas piezas y poca información clara) y pregunto por el albergue de peregrinos a la chica de la puerta del museo, quien me da algunas instrucciones: llegando a la Plaza, todo a la derecha, hasta el fondo.
Obviamene el concepto de "plaza" en España es completamente distinto al de Chile, así que cuando salgo a buscar la "plaza", claramente no tenia en mente el triangulito sin edificios que se forma por la unión de las 5 calles irregulares que estaban frente al museo. Como tampoco hay una separación entre "calle" y "acera" en los cascos históricos de las ciudades, yo seguí por una de las calles, hasta volver a mi punta de diamante con plantas ("plantas = plaza", para todo ser humano normal), y nunca encontré la calle por donde ir "todo a la derecha".
Volviendo a preguntar, al fin llegué al albergue. La fruncia de la búsqueda fue como de 40 minutos.
Una mujer joven, pero con una cara de amargura como si hubiese desayunado limón, está en la recepción. Me ve, y no saluda. La saludo mientras me saco la mochila. No saluda.
Me pide el pasaporte mientras me pasa las sábanas para la cama. Le doy el pasaporte y mi credencial de peregrino, y me dice algo sin levantar la vista. Como tiene su cara pegada al cuaderno solo entiendo un "mñstnes"
- ¿Perdón?
- ¡Que cuántos años tienes, hombre!
- 34- respondo rápidamente antes que me entierre su lapiz en la frente.
Está bien. No es que yo crea que todo el mundo deba recibirme con una sonrisa en la boca, pero, al menos, si no te gusta repetir las preguntas, hazlas de manera que se entiendan a la primera, y no con tu cara de haber mascado natre pegada a la mesa del mostrador. Menos mal era joven, porque no quiero ni imaginármela en unos años.
Mientras anotaba en su cuaderno algunos datos de mi pasaporte, como "Lugar de nacimiento: Valparaíso", me preguntó: - ¿Estás de vacaciones?.
- Si, me tomé unas semanas para venir acá.
Parece que no le gustó mi respuesta, porque mientras cerraba mi pasaporte y lo arrastraba por el mesón hasta mi mano dijo:
- Hay quienes se van a donde tú naciste para sus vacaciones.
Preferí tomar eso como un cumplido y no como el "te hubieras quedado allá" que parece que fué.
Me dice que está lodo listo con un gruñido, y por intuición voy a donde están las literas. Luego me baño y, limpiecito, salgo a recorrer Melide.
Arriesgando mi integridad le pregunto a "Miss Simpatía" si conoce algún buen lugar para almorzar. Me dice con su cara de pocos amigos: "hay restoranes aquí al frente, al lado, y en el resto de las calles. Depende de dónde quieras comer".
Le doy las gracias (por haberme dicho NADA), y me alejo precipitadamente de ese antro de mala onda.
En el casco histórico la calles son angostas y laberínticas. Hay calles (a esas sí les ponen nombre y todo) que son tan, tan angostas que uno tiene que pasar de lado. Me propongo encontrar un local donde tenían de primer plato unos croquetones de Bacalao. No resultó fácil. Las calles son tan confusas y dan tantas vueltas que cada vez que pensaba que iba a encontrar una calle nueva, volvía a pasar por la misma calle anterior. Creo que recorrí las mismas calles unas 8 veces entrando a ellas desde los más variados puntos. Al fin, después de más de media hora de vueltas sin sentido marcando más kilometraje, encuentro el local, y me como mi maravilloso menú, terminando con un flan de café que era como estar tomándo el mejor capuccino del mundo.
Vuelvo al albergue a lavar ropa (esta vez legalmente en una lavadora, dado que las últimas veces habían sido refregándolas en los lavamanos, y nunca habían quedado bien enjuagadas del todo).
Llega el primer peregrino fuera de mí. Pasa por la imbunche que lo recibe en el mostrador (no mejor que a mí, así que al menos sé que no era algo personal), y se instala en su litera. Tiene como 50 o 60 años. Es español, y viene de Palas de Rei (camino Francés), con buenas ampollas en los pies, y una tendinitis caballa en el pie derecho.
Después de él llegaron alrededor de 15 o 20 peregrinos más, todos del camino Francés.
Melide es el punto donde estos dos caminos se unen. Antiguamente esto era sólo Camino Primitivo, pero cuando el Camino Francés (que es más largo pero menos accidentado en relieve) se convirtió en camino principal, el tramo de Melide a Santiago pasó a llamarse tramo del Camino Francés, reemplazando al primer camino.
Algunos peregrinos llegan destrozados: calambres, sus buenas ampollas, uno que otro medio cojo. Todos comentamos de dónde empezamos la caminata. La mayoría viene caminando de hace cuatro o cinco días.
Conversando con un cabro joven, me cuenta que lleva un ritmo de unos 40 kms diarios, porque tiene que llegar a Santiago el sábado en la mañana, ya que ese día en la tarde debe volver a Madrid. Partió en el Camino Francés hace cuatro días.
- El año pasado lo hice también, pero me perdí en Santiago mismo, y cuando llegué a la Catedral, a la misa del peregrino, no me dejaron entrar porque tenía la mochila, y no podía entrar así, todo sucio. Es que era Año Santo Jacobeo, y todos los domingos encienden el Botafumeiro y había mucha gente. Así que me perdí la misa con el Botafumeiro. A ver si este año me va mejor. Pero tengo que llegar mañana al Monte del Gozo y el sábado a Santiago. Ojalá haya Botafumeiro cuando llegue.
El Botafumeiro, gigantezco incensario que se balancea en la catedral de Santiago de Compostela, es uno de los elementos más esperados en la Misa del Peregrino. Antes era una tradición. Hoy en día no lo encienden siempre.
Una vez, mientras bajábamos el camino hacia Pola de Allande entre la niebla, hablábamos con Yurena de las duchas con termos en los albergues, y lo bueno que era poder sacarse el camino de encima antes de irse dormir.
- En Madrid hay un barrio que se llama Lavapiés- dije, recordando el barrio donde viven Joseignacio y Marta- era por una fuente que la gente usaba para lavarse... los pies, obvio. Me parece que en Compostela no hay algo así, ¿o no?... Digo, para lavarse las patas mas que sea antes de entrar a la Catedral.
- ¿Y pa qué te crees tú que era el Botafumeiro?- aclaró Yurena en su acento canario- Si el coso ese no era pa darle un espectáculo a la gente, sino por sanidad, pa disfrazar el aire con todo el humo. Con tanta gente con olor a pié que no se bañaba en meses ni se cambiaba de ropa; que no era por bonito, sino por higiene.
Así nomás... Ahora que entramos a la misa todos más bañaditos, ver el enorme incensario balancearse de un lado a otro por las naves de la Catedral es más un espectáculo; pero no todos los que llegan a Santiago han podido verlo. Como en tantas ocasiones, lo que era una tradición, ahora se ha convertido en un negocio y para que el incienso se eleve por las naves de la Catedral ahora hay que pagar la ofrenda. Parece que el incienso está caro.
Llegada la noche, todos los peregrinos que llegamos ese día a Melide nos acostamos en el enorme espacio donde hay de 32 camas repartidas en 16 camarotes.
Justo los que duermen sobre mi cama (yo prefiero las camas de abajo) hablan en un murmullo molesto hasta bien tarde, y se levantan dos o tres veces para ir al baño en la noche, moviendo toda la litera, y haciendo crujir todos los fierros.
Ya me había acostumbrado a la soledad del camino, y estoy medio antisocial en estos contextos de descanso, pero después de 12 días durmiendo prácticamente solo, con silencios envidiables, los ronquidos, murmullos y despertadas en la madrugada para meter ruido no son mi idea de dormir bien.
Creo que empiezo a odiar el Camino Francés.
- comments