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Partí antes de las 8ºº, y ya no llovía, pero había mucha humedad en el aire. El camino ascendía suavemente por un sendero de bosque. La lluvia había lavado las hojas, y de paso había botado muchas al suelo, formando un húmedo colchón amarillo que crujía y siseaba a mi paso. La humedad hizo brotar hongos en el suelo, de todas las formas y colores. Nunca había visto tal cantidad, algunos rojos fluorescentes, otros de pálido color dorado...
Caminar por sectores de bosque en estos lados genera algo raro en la cabeza, porque son bosques desconocidos, pero no extraños... Todos nos criamos con los cuentos de los hermanos Grimm, o con Perrault, y los bosques que allí se narran son estos: bosques de robles y fresnos, no araucarias ni alerces. En los cuentos se huele la tierra húmeda con estos hongos que parecen pequeños paraguas multicolores, no hay barbas de ñirre, ni digüeñes. Es tal la humedad antigua de las rocas en los muros de piedra que ya no se ven las rocas, sólo se ve el musgo de color verde intenso cubriendo las piedras como una alfombra. Y lo que es más notorio, no parece haber lugar en donde el ser humano no haya dejado su huella... Es como si en este Viejo Mundo la Naturaleza se hubiese rendido finalmente a que la mano del ser humano la tocase.
Tan distinto de caminar por los montes en Aysén, los bosques de Tierra del Fuego, o en los cerros del Norte Chico, o en la Pampa de Atacama, es todo inmensidad sin mano humana... Si hay una huella, si hay una marca, o un gesto de que alguien pasó, es la excepción, no la regla.
Recuerdo los bosques densos de Aysén, en donde el grito del chucao te transportaba a una profundidad intocable e intocada. Aquí quienes reinan son los cuervos, con graznidos de reyes taimados, como diciendo "te dejo pasar donde quieras, pero recuerda que soy yo quien te deja pasar".
Por eso estos bosques sorprenden, porque son tan distintos de lo que uno tiene a mano en Chile, pero uno no lo sabe hasta que ve cuan familiar es algo que nunca había recorrido, excepto en los cuentos de la infancia.
Pensaba en ello, cuando adelante de mi, cuatro o cinco siluetas dan un brinco enorme, ágiles. Vi lomos negros (o marrón oscuro) y colas y vientres blancos. Todas saltaron a mi derecha y se perdieron en los densos matorrales, todas menos una, que saltó a la izquierda, a una zona más despejada, para la siembra. La vi a lo lejos, pero apenas pude dsstinguir qué era. Parecía una liebre enorme, pero no hay liebres en Europa (no que yo sepa), y claramente no hay liebres de ese tamaño. Tenía orejas (o lo que yo creí orejas) largas y bien paradas, y una cola corta, bien levantada y blanca, blanca. Movió su cabeza, y en un dos por tres dió un gran salto con sus patas delgadas, y se perdió en los matorrales. Quedé como ansioso, como cuando a uno se le revela algo largamente oculto.
Pese a que el hombre esté en casi todos sus rincones, estos bosques todavía guardan sus secretos.
Seguí por el camino, que de vez en cuando comparte tramos con la carretera. No obstante gran parte del trazado se mueve por espacios rurales, pueblos pequeños, y areas de bosque. El pié izquierdo aún estaba un poco hinchado cuando partí. El bastón es gran apoyo en la caminata.
Souto de Torres es un pueblo bonito... Tiene un crucero bello, con ese estilo antiguo. El Cristo de la cruz tiene a sus pies a un Santiago Peregrino. Y tras la cruz, una virgen de luto...
Pasando Gondar hay dos casas abandonadas que las enredaderas han reclamado para si. Una de ellas es de piedra completa. De hecho parece parte del paisaje. La otra aún muestra sus balcones de fierro forjado y sus ventanas señoriales que parecen recordar sus días antiguos. Detrás de ella, un campo amplio con pastizales y malezas que han devorado casi todo.
Unos metros más adelante, me detengo a sacar el agua y mi segundo turrón de fruta confitada, para nutrirme de azúcar y seguir la caminata. En el fondo, dos caballos pastan.
No pasa ni un minuto en que me saco la mochila, la abro y tomo el turrón en mis manos, cuando uno de los caballos, completamente blanco, se acerca curioso a mí, y acerca su cabeza a mi brazo como si quisiera decirme algo. Un muro con zarsas nos separa.
Le toco la frente y la nariz, y él responde forzando ai cabeza en mi
mano. Nunca me había pasado que un animal tan grande se me acercara tan sumiso, buscando tanto contacto.
Como sé que a los caballos les gusta la azúcar, le doy un poco de turrón, e intenta comerlo, pero una y otra vez se le cae. Al fin logra chupar al menos un pedazo, pero sigue buscándo mi mano con la mirada. Lo acaricio una y otra vez. Cuando avanzo dos pasos, él avanza también. Al fin me quedo un rato con él, mirándolo... Los caballos son animales increíbles.
Después de un rato, me despido con una caricia en su frente, y continúo hacia Lugo.
Cerca de las 1°° de la tarde, ya veo la ciudad. Ell tránsito de carretera cercana al núcleo urbano la delata.
Cruzo un puente. Al principio, cuando lo ví de lejos pensé que crizada un río... No. El puente pasaba por arriba de la autopisa. Los vehículos pasaban veloces bajo mis pies.
Luego del puente el paraje se vuelve más árido, removido por maquinaria, más aplanado, por decirlo de alguna manera. Suelo de gravilla y grandes rectas hacia las primeras casas.
Estas casas son de piedra, y hay muros altos y calles angostas. Las vieiras y las flechas amarillas, como guías en un laberinto, me llevan de una calle a otra, traspasando pequeños campos de cultivo resagados entre el asfalto dominante.
Luego, un muro alto de piedra, en una calle... La primera calle con nombre: Rúa A Chanca.
La calle hace una curva amplia, pasa por casas de concreto, apiñadas, y finalmente cruza otra calle, encementada, con veredas, que da hacia un puente que cruza, esta vez si, un río. Frente a mí, a unos 100 metros, los vehículos entran a la ciudad por un puente con amplios arcos: el puente romano de Lugo, ciudad milenaria.
Camino por calles siguiendo los letreros de vieira; subo escaleras, cruzo avenidas, espero los semáforos en verde, avanzo al lado de casas y vitrinas... De pronto un letrero indica hacia una escalera alta, y más arriba una "i" con una vieira indica información al peregrino detrás de un pasaje bajo las calles. Giro en dirección de la flecha al acabarse el muro de concreto, y 50 cm. frente mío una pared de viejas piedras. Casi choco con ella, pues esperaba encontrar algún pasaje, o al menos una puerta. Continúo por la acera paralela a la pared y salgo a los límites mas céntricos de la ciudad.
Y veo el Muro de Lugo.
Es una construcción circular, que debe tener casi 2000 años, enorme, de unos 15 metros de altura... oscilante, con especies de torres amplias que siguen la línea del muro... Lo rodeo por fuera, y en una de sus puertas, me decido entrar.
Entre las pocas coudades en que he estado en Europa, esta, al menos, tiene una pequeña lógica constructiva... Hay un "afuera" del Muro, y un "dentro" de él.
Dentro del Muro está el centro cívico, La catedral, el ayuntamiento, el centro del comercio. Fuera del Muro todo es más disperso, mas variado, y (si es que es posible) mas desordenado.
Recorro el interior del Muro con mi mochila, y el pié izquierdo haciendo gorgoritos, buscando el albergue y preguntando por algún centro de indormación turística que pudiera ayudarme. Nadie supo decirme nada al respecto. Al fin, subo el Muro, camino por su altura (que mucha gente usa de espacio para correr y hacer ejercicios) y cuando encuentro otra escalera, bajo, y en dos o tres vueltas de calle estoy frente a una de las Grandes Puertas del Muro... Y justo allí, cuando ya no sabía a dónde ir, había una vieira de bronce, en el piso, señalando el camino hacia el albergue.
La persona que atiende el albergue timbra mi credencial al ritmo de música gallega tradicional.
Ya instalado en mi cama, me baño, y mi pié izquierdo se relaja, y ya sin la presión se encontrar el albergue, se lanza a doler sin reprimirse, así que, cojeando le pido al encargado del albergue un dato de dónde comer, y parto en busca de alguna farmacia, y luego del almuerzo.
Debido a la hora, está TODO cerrado en Lugo, menos los bares, cafés y restoranes, así que cojeando, me voy al dato de comida, que queda cruzando toda la calle que pasa por la Catedral (que estaban restaurando, así que no pude ver completa), y luego saliendo del Muro.
Entré al local, y pedí mi menú con pulpo, siguiendo todas las instrucciones que me dio el encargsdo del albergue: "con vino tinto. No se te ocurra comer pulpo con vino blanco, porque el pulpo no es un pescado, sino que es carne, de mar, pero es carne".
El menú: Pulpo con cachelos (papas desmenuzadas y medio molidas, comvinan excelentemente cin el pulpo, que lo sirven gasta con piel), con vino tinto, que lo sirven frío.
De Segundo, Truchas fritas con las infaltables patatas fritas (no sé que harían sin papas). Estaban excelentes. De postre, una torta de queso fenomenal.
Guatita llena, corazón contento, y pié cojo, parto de vuelta a buscar infructuosamente una farmacia... Como tengo que hacer hora, entro a la Catedral, y quedo impresionado por el ramaño de la construcción, y los detalles. Están restaurando toda la nave central, y se ven a las restauradoras (todas mujeres) trabajando con sus químicos limpiando las columnas de pintura para volcer a los decorazos azules originales. Todo el trabajo no interrumpe la devoción de los feligreses que rezan en las pequeñas capillas o en las naves dedicadas a los Santos.
Como la entrada principal está clausurada por trabajos, la entrada lateral es la oficial, y allí quedo pegado con un bajorrelieve de un hombre con armadura, sentado y con el gesto de bendecir. No es un hombre viejo, y lleva corona de Rey. Bajo él, un texto del que no logré entender nada, y sosteniendo su trono, lo que me parecen son Santos. Es una imagen que me fascinó, y la miro largamente.
Después me entero que se le llama Pantocrator, y que es la representación de Dios y me sorprendo al ver esta imagen de un Dios joven, hasta pintoso bendiciendo el mundo. Está en el centro de la entrada, pero con una ligera, ligerísima inclinación, que se nota, pero uno no sabé realmente qué es lo que está irregular allí...
Farmacia abierta, compro vendas y un antiinflamatorio. Y mejor aperado, me comunico con el mundo exterior, para descanzar un poco el pié.
Hablo con mi madre, quien me dice que mi tía María falleció el viernes recién pasado... Ya hace tres días.
Aunque estaba esperando esa noticia (en cierto modo uno sabe que a sus 97 años morir era un descanso merecido) saber que ahora es una realidad, que ella ya no está con nosotros, siempre sorprende. Y duele.
Vuelvo al albergue, son como las 9°°, y me acuesto para empezar temprano el día de mañana. Es raro, pero aunque no soy católico, tanta imagen religiosa estos días logra calmar mi pena.
No tiene que ver con alguna religión en particular, al parecer, sino con el espíritu humano de saber que hay algo más grande, que ordena todo... Aunque no sepamos distinguir ni entender su forma, como el Pantocrator.
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