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Salgo de Fisterra a las 8 de la mañana. Aún está oscuro, y la Garúa cae constante. Por los pequeños ríos que caen calle abajo, supongo que garuó toda la noche de la misma manera.
Subo al bus cuando aún no aclara, y duermo buena parte del Viaje de vuelta a Santiago. En el terminal de buses hago llamadas hacia Ourense, para averiguar sobre el monasterio de Oseira, que quiero conocer... Coordino con el monasterio.
Tomo el bus a las 12:30, y me bajo en medio de la Carretera. Cea es un pueblo que está al costado de la carretera, y apenas se ve. Sólo se distingue por un local de Camioneros, que ofrece "Pan de Cea", que parece ser todo un tema en la zona. En el local me como una "empanada de Cea", de carne. Las empanadas aquí son unas tartas gigantes y las venden por cortes... Esta estaba buenaza.
A eso de las 2 comienzo mi caminata desde la carretera. Cea es un pueblo pequeño, que queda a casi medio Km de la carretera. Las construcciones de piedra de las casas me sorprenden. Las piedras labradas, las escaleras, todos los cantos que encajan conformando los muros. Las casas se curvan y se adaptan entre ellas conformando una organización muy viva.
Los gatos esperan fuera de las casas, sigilosos, desconfiados.
En Cea hay un albergue de peregrinos, pero yo tengo pensado continuar hasta Oseira y quedarme en el albergue del Monasterio. Debido a la hora, no alcanzo a volver a Cea el mismo día. Oseira es la Opción.
Una señora que me indica cómo salir del pueblo (es algo enredado) me dice que siguiendo por la carretera, es poco tiempo... Son 9 kilómetros no más... y yo calculo alrededor de unas 2 horas y algo de camino... Si llego allá a las 4:30 todo bien, porque me dicen que a las 6 cierran las visitas al monasterio.
El camino, para variar, asciende. Vuelvo a encontrarme con los viejos parajes del Camino de Santiago, alejado de la Ciudad.
Llevo la venda ajustada en el pie derecho para evitar la cojera (justo ahora que estaba un poco mejor)... pero aunque cojeo un poco, el camino valdrá la pena.
La ruta pasa por un pueblo pegado a Cea.... y luego se interna siguiendo el sendero de la carretera. Como todos los caminos de Santiago que van pegados a la carretera, este tampoco es muy interesante. Hay algunas vistas bonitas, pero lo mejor es cuando atraviesa los pequeños pueblos que el camino conecta. Paso por un pueblo llamado "Pieles", que tiene una huerta de aquellas antiguas, en lo que parece ser un trabajo comunitario...
Al fin restan 2 Kms a Oseira... El último tramo es el más bonito. Un bosque antiguo a mi mano izquierda, baja abrupto y se me pierde su fin entre el follaje. Parece que hay un río o un canal en el fondo, a veces se escucha el gorgotear de un arroyo. El bosque tiene de esos árboles retorcidos, añosos, y llenos, llenos de ramas que se abren para buscar luz. Las hojas amarillas, verdes, rojas... el otoño mezcla los colores con la luz y se genera todo un juego casi mágico de musgos, helechos, troncos viejos, hojas secas y tierra húmeda.
En el fondo, se empieza a vislumbrar el monasterio, silencioso, gigante, de piedra, tímido ttras las hojas, y apenas se deja ver.
Sólo se muestra cuando ya está encima, y es imposible abarcarlo de una sola mirada.
Llego a la entrada. Todo de piedra, pero desde fuera parece vivo. La acústica que los muros dan al patio abierto ayudan al efecto, porque los pájaros desde la torre trinan se oyen como un eco reververante... Nunca había escuchado a los pájaros cantar así. Es como si la roca trinara profunda y cantarina. Donde uno se pare, todos los sonidos se multiplican en la roca.
Espero en el portal de la entrada. Es frío y húmedo.
Me recibe un sacerdote canoso, vestido con hábito de monje, pequeñito y de cara rosada, casi blanca.... Parece casi un duende. Es el Padre Luis, con quien había hablado por teléfono. Me recibe y me lleva al albergue para que deje mi mochila Camina como con saltitos.
El lugar habilitado de albergue antiguamente fue el primer piso de la biblioteca del Monasterio. Es un edificio enorme, lleno de camarotes que se extienden como literas de un hospital de campaña. El techo se curva en arcos impresionantes. Me parece que la noche va a ser algo helada. Sólo estoy yo en esa enorme habitación.
Le pregunto al Padre Luis cuantos monjes viven en el monasterio. Me dice que antiguamente habían casi 100 monjes... hoy sólo son 14, quienes se reparten las tareas de mantener el tremendo edificio.
El Padre Luis me invita a las Vísperas, la misa matutina a las 7 de la mañana... Como estoy en estas, le digo que asistiré. Nunca he estado en una misa con monjes, así que vamos a ver qué tal, y como me estoy despertando temprano por el ritmo de la caminata, hay que aprovechar el vuelito.
El Padre Luis me pregunta:
¿Dónde partiste?
Yo partí de Grado... Hice el Camino Primitivo, desde Asturias. Ya llegué a Santiago. Vine hasta. Oseira sólo porque quería conocer el Monasterio.
Ah, o sea que ya acabaste el Camino... bueno, es un decir, ya sabes que el Camino una vez empezado ya no se acaba... Una vez Peregrino, ya no dejas de serlo.... Si ahora ser peregrino es como una nueva religión... Si vieras toda la gente que va a Santiago.
Así parece...
¿Y cómo te llamas?
Diego
Ah, Santiago, ¿Sabías? Sois todos Santiago: Diego, Tiago, Yago, Jacobo, Jaime... sois todos Santiago.
Ya había escuchado eso una vez. Mi querida Vicki Castro me lo dijo, hace años, en Toconce... Allí fuimos a ver la imagen del Santiago Matamoros, que es Patrono de Toconce. "Todos son Santiago", me dijo ella también, con casi las mismas palabras.
Y había querido desentenderme de eso, pero parece que ya no puedo hacerle más el quite, y voy a tener qué buscar qué es lo que eso genera, qué significa para mí... Por algo estoy tan pegado con esto...
A mi me gusta más, eso sí, la imagen del Santiago Peregrino, el que deja muchas piedras atrás. Como decía el mural de Fisterra: "Santiago No Matamoros".
Mi visita guiada al monasterio comienza a las 5:30 de la tarde... comienza a bajar el sol y empieza esa larga penumbra del atardecer de galicia en invierno. Marisa, la guía, me muestra los tres claustros que conforman el monasterio, a partir de la fundación, en el siglo XII, por cuatro hermitaños que inauguraron su vida monástica, y después que Alfonso II les cediera las tierras, en este espacio que era habitado por Osos.... De ahí el nombre de Oseira: Tierra de Osos.
El monasterio sufrió un Incendio que lo dejó en gran parte derrumbado, y luego de la reclamación del Estado a las tierras de la Iglesia en no se qué siglo, el monasterio fue abandonado y saqueado casi completamente... Hacia 1900 volvieron a él, y reconstruyeron todo lo que había sido destruido. Fue un trabajo duro, y a pulso. Se ven lápidas usadas como ladrillos en el techo, reaprovechando los materiales existentes en el mismo lugar.
La visita pasa por los claustros, mostrando los patios amplios y de arquitectura cuidada... Luego entramos a un pasillo grande, con una enorme escalera... y Marisa abre la puerta que condice a la Iglesia.
Yo había querido venir al monasterio para ver con mis propios ojos la Sala Capitular, que había viesto en fotos... con unas columnas retorcidas muy labradas... pero no me esperaba esta iglesia.
Es grande, alta... con características góticas, pero de lineas limpias y rectas. Pese a ser inmensamente alta, es sencilla, simple, elegante. Sin toda esa parafernalia barroca (excepto por dos retablos recargados que agregaron posteriormente y que como están bien a los lados no influyen en el resto).
El techo, como si fuese tejido en la piedra, con borlas sencillas, arcos y ojivas, cada piedra encajada perfectamente con la adyacente, sostenidas entre sí, conformando una unidad a partir de los fagmentos, perfectamente adosados uno a otro...
Recordé el relato de Ítalo Calvino, en Las ciudades Invisibles, cuando Kublai le dice "te pido que me describas el puente, y me hablas de las piedras".
Y Marco Polo le responde - Sin piedras no hay puente.
Todo es blanco y gris claro, pero cálido... Todo es sencillo, y eleva la mirada a la altura.
La nave central acaba en espacio semicircular, con arcos de ojivas alargadas, que forman un coro de ventanillas ojivales y columnas alrededor de una imagen central, que es lo único que decora el altar: una figura de piedra policromada de factura bruta, tosca, y a la vez de rasgos muy delicados: La Virgen de la Leche: una madre dando de mamar a su hijo, que bebe de su pecho desnudo.
Después de la simpleza de ese templo, de la limpieza de las líneas, lo bello de la piedra blanca, desnuda, construida en arcos alzados hacia el cielo, el resto, incluso la Sala Capitular que tanto había esperado ver, me pareció de más.
No digo que no sea hermosa, sólo que no me impactó tanto...
Al fin entramos a la sala, llamada también la sala de Las Palmeras, por la forma de las 4 columnas que la sostienen.: sus columnas decoradas, curvas, irregulares, con ese techo labrado y entramado como si se tratara de una brodería... Era bello. Era como un trozo de naturaleza traído a un formato de piedra, rigurosamente planificado para que se viese suelto e improvisado, desprendido, sin rigurosidad.... porque daba esa sensación orgánica de la vida, pero no, era piedra que ya no podía ser algo natural. Tuvo su idea inical en los bosques, y ahora estaba aquí, en un espacio humano, un cielo entramado de ramas ordenadas, orquestadas como en una sinfonía, de granito. Nada desentonaba, con medallones pintados y cuidadosamente colocados. La irregularidad de las columnas, no obstante, era lo más bello. Las columnas eran rectas, pero su decorado engañaba el ojo. Parecía curvarse, y se enderezaba, parecía girar en una dirección y se detenía... continuaba la línea recta de la columna, y el diseño de enredadera florida se doblaba antes de alcanzar la altura del techo.
Era una sala más pequeña de lo que había esperado... y no obstante sobrecogía ese esplendor orgánico tan debidamente planeado, que acababa en un abanico de líneas engarzado en el techo.
Tan distinto a la simpleza y autoridad limpia de la Iglesia... La sala Capitular era exuberante, intentando parecer una selva, intentando mostrarse improvisada y suelta, pero todo debidamente calculado para aparentar soltura. La Iglesia, en cambio, era majestuosa en su sencillez: todo en ella estaba calculado sin apariencias, con fragmentos que se correspondían entre sí en un canon ordenado y regular... Una nave dentro de otra, y en el centro de todo, no la muerte ni el sacrificio de un Hijo de Dios, sino limpia, alba, simple, la Virgen dando de mamar a su hijo niño.
Acaba la visita y ya es de noche... Recorro un poco las calles de Oseira; alrededor del Monasterio hay un pequeño pueblo, que también tiene Pan de Cea, de textura áspera, una gran cáscara dura, y muy, muy sabroso.
Me voy a acostar. El silencio es inabarcable...
Me pongo dos mantas y mi saco de dormir. No paso nada de frío, y sueño en la noche... y recuerdo el sueño al día siguiente.
He soñado mucho en este viaje.
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