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Vuelvo a Oviedo... El viaje es más largo que lo esperado pues el Bus no va por el Camino Primitivo, sino que caletea por todos los pueblos de la Costa. Son cerca de 5 horas en bus desde Santiago a Oviedo...
En el tomar el Bus desde Ourense a Santiago, perdí mi bastón de Cedro que me había acompañado por todos los días de Caminata, y había apoyado en él mis pasos cuando estuve cojo... Por el camino, la base del bastón se había desgastado unos tres o cuatro centímetros. No en vano han sido mas de 300 kms en poco más de dos semanas de apoyos constantes. de un sonido permanente en mis pasos... Tac, tac, tac... paso a paso, como un reloj que marcaba el ritmo de la caminata, según yo apurara el paso o lo hiciera más lento. Muchas veces el sonido repetitivo se convertía en un mantra, una letanía, que me hacía no pensar en nada, solo ver el camino que iba quedando atrás en mis pasos, y junto con el camino, casas, gente, piedras, vacas, árboles, hojas... Mirando mis pies y escuchando el bastón, nada más que el tac, tac, tac en mi cabeza, y las imágenes se movían hacia atrás mío, quedando todo en mi espalda, sin cargarlas, sin llevármelas conmigo... sólo avanzando hacia adelante.
Y ahora que estoy un poco menos cojo, el bastón parece que decidió dejarme atrás. Si seguía apoyándome en él no sanaría mi cojera... Dejar las cosas atrás, abandonar los trastos, viajar liviano, seguir avanzando. Esa parece ser la ley del caminante.
El bus de Santiago a Oviedo se va por la Costa Norte de España. Este es el Camino de la Costa que también se hace caminando... Hay paisaje bellos. El cielo amenaza lluvia, y en ocasiones cumple su amenaza con un diluvio breve, pero intenso. Desde la ventana del bus se ve el cielo y las nubes que se agrupan en ejércitos blancos y grises sobre el cielo celeste. Siempre he pensado que hay paisajes en el mundo que si uno los pintara tal cual son, la gente creería que no son posibles. Esos cielos con toques verdes en las nubes, o esas nubes lineales grises como si fueran una mancha de pintura o un error del artista... Y al verlo en vivo y en directo sorprende.
El bus entra a Asturias... y dejo atrás Galicia.
Asturias se distingue de Galicia, porque el verde de sus campos es mucho más verde. Los colores más intensos, más oscuros.
Es extraño recorrer tantos kilómetros en sólo horas. El bus come distancias, y eso que este bus no va particularmente rápido, ni por la vía más directa... Veo pasar los pueblos a lo lejos, y los árboles veloces a la orilla del camino. Pienso que era más real cuando uno los veía acercarse, y se rodeaban lentamente, palmo a palmo, en todos sus ángulos... Ahora cuando vienen,en un pestañeo ya pasaron hacia atrás.
En el pasado, la gente que hacía el Camino también se devolvía caminando... y ese era otro camino. Si se habían demorado una semana, era una semana más de camino de vuelta... Si un mes, en total eran dos meses... Muchos peregrinos en el camino de vuelta optaban por no volver, y quedaron como hermitaños en medio del sendero, entre bosques o montañas... y así sellaron su peregrinar.
La vuelta también es parte del peregrinaje. Mi vuelta, pienso, es extraña: será un poco más saltada, y más larga... pero no enteramente a pie.
Llegando a Oviedo, mi plan es terminar esta parte del Camino con todas las de la Ley: Volver a la Catedral de Oviedo, esa mole de piedra labrada de color amarillo oro... y ver las reliquias sagradas de la Catedral (la caja de las Ágatas, la Cruz de la Victoria y la Cruz de Los Ángeles). Pero principalmente volver a ver al Salvador: esa imagen de piedra labrada y pintada que me impactó tanto el primer día que estuve acá. No en vano dicen que "quien va a Santiago y no al Salvador, visita al Criado, pero no al Señor". Yo ya lo había visitado, y me había quedado viéndolo sin saber quien era. Ahora, que ya lo conozco, debo agradecerle el peregrinaje, y estar con él un rato.
Llegado a Oviedo, la ciudad me parece enorme... y de mucho cemento. El terminal de buses está en el arco exterior, rodeado de grandes edificios modernos... Pero unos pasos hacia el núcleo de la ciudad, la cosa vuelve a ser de calles angostas, y pisos de piedra...
El centro histórico de Oviedo tiene ese color a piedra ocre, en ocasiones medio rosada... Se entrecruza con calles de cemento, y negocios con luces de neón. Pero de pronto es como si se cerrara en ladrillos de roca amarilla. Todo es piedra.
Al fin encamino hacia la Catedral, alta, tranquila... Su única torre apunta al cielo como una gran aguja oxidada, tanto por el color, como por los detalles decorados que la hacen irregular y completamente atrayente a los ojos. La entrada también está completamente labrada. La puerta de madera, y el arco de piedra adornados con diseños de grecas y líneas florales.
Entro a la Catedral. El Altar Mayor es un retablo gigantesco, una pared dorada llena de imágenes pequeñas que apenas se alcanzan a distinguir... sobrecogen sin siquiera saber la historia de cada una de ellas. Es que sobrecoge el trabajo humano invertido, saber que cada centímetro de esa obra fue tallado a mano, fue pensado y elaborado por una persona. Y ahora uno sólo ve el resultado completo, como si hubiese sido tan fácil hacerlo, como si siempre hubiese estado allí, como si siempre hubiese sido así...
Pero al lado derecho del altar, solitario, sobre un pedestal con diseños de vieiras, San Salvador, con su manto rojo y azul, con su barba y rizos encaracolados; con su rostro hierático; con ojos como almendras, y grandes pupilas; con su cuerpo tosco como si estuviese constreñido al espacio que le dio la roca sobre la cual lo tallaron. Tan distinto de las esculturas de mármol o de madera, o de cualquier otro material que hay en la catedral. Esta imagen es un bloque, macizo, contenido, que se concentra sobre sí...
San Salvador (esa pieza de piedra monolítica, casi bruta, sin proporciones ideales, sin delicadeza en los matices) me lleva la vista a él, una y otra vez. Sus manos a la altura de su pecho, muestran símbolos viejos: En su mano izquierda (la del corazón) un orbe... y la mano derecha (la de la acción) con el acto de bendecir.
Me pongo frente a él, y lo miro largamente...
Sin ser cristiano, ni mucho menos católico, hay algo en la imagen que me conmueve. No sé si es esa contención debido a su origen de un bloque de granito... No sé si es esa mirada inerte, como perdida, pero profunda y tranquila, o los detalles de su barba y su pelo que caen como un río sobre su pecho y sus hombros... Hay algo en sus proporciones inexactas, en sus colores exagerados, en esa factura bruta y delicada a la vez... Hay algo humano, muy humano en esa imagen.
Y me lleva a pensar en el Camino, y en el dolor de los pies, y en las jornadas en ascenso y descenso en la bruma... Y en el sentido del camino, profundo, personal, y a la vez (o por lo mismo), tan desconocido.
Y mientras lo miro largamente, creo que ya está hecho...
Y quiero creer que ya hice lo que debí hacer.
Me alejo de la imagen sin darle la espalda... y me encamino a la Cripta de la Catedral, y en ella veo las esculturas antiguas, como pilares sostenedores, de los 12 apóstoles, y tras unas rejas, el tesoro. Breve, pero significativo: la Caja de las Ágatas, pero principalmente la Cruz de los Ángeles, y la Cruz de la Victoria.
La Cruz de los Ángeles data del 808 d.C. Dicen que la hicieron dos ángeles que disfrazados de peregrinos se presentaron ante Alfonso II. Cuando un enviado del rey los fue a espiar para saber qué era lo que hacían, sólo vio un enorme resplandor en la habitación donde estaban, y luego sólo oscuridad. Los Peregrinos habían desaparecido, y habían dejado esta cruz simétrica, llena de joyas.
Hay quienes han tratado de interpretar el mito, trayéndolo a una realidad factible; que no podían ser ángeles, sino enviados de Carlomagno, peregrinos franceses, o qué se yo. La manía de tratar de disfrazar de "realidad lógica" algo que ya es real. La historia que se cuenta es lo importante, es lo que le da sentido a la Cruz. No sería esa la "Cruz de los Ángeles", ni sería el tesoro que es, si la hubiesen hecho personas... O si lo que se contara de su origen es que llegaron dos peregrinos franceses e hicieron la cruz.
El ser humano en la actualidad cree que destruyendo los mitos encuentra la verdad... Al final lo único que hace es perder el sentido de las cosas. ¿De qué me sirve creer una verdad si no tiene sentido?.
La Cruz de la Victoria es la que llevó el rey Pelayo en su victoria sobre los Moros. Se dice que esa cruz surgió de un roble que se quemó cuando un rayo le golpeó en una tormenta. Del roble quemado quedó la cruz de madera, que luego fue cubierta de oro, plata y joyas... La cruz data del año 908 d.C.
El roble era el símbolo de los reyes asturianos... Y el Rayo es el símbolo pagano de una de las deidades celtas más importantes: Taranis, dios del trueno y el Rayo... Por eso hay quienes dicen que la Cruz de la Victoria es la síntesis de las creencias paganas y cristianas en un único símbolo.
Mi cabeza rápidamente piensa en Ñuberu... señor de la niebla y de las nubes, que está tan presente en Asturias... Y de las nubes surge el trueno y forjan al rayo, que son Taranis...
...Y Santiago, que guió al Rey Pelayo a la Victoria (El Santiago Matamoros)... Santiago, el Hijo del Trueno (como le llamó Jesús), no me parece distinto a Taranis en esta imagen... y por lo mismo la Cruz de la Victoria tiene sentido y une a toda la historia Asturiana en una imagen...
No sé si lo que mi cabeza asocia es o no correcto... La verdad tampoco me importa saberlo. Con armar ese rompecabezas para mi, la cruz enjoyada ya tiene un lugar en mi viaje...
Y la cruz tiene un potente hechizo:
Hoc signo tuetur pius
Hoc signo vincitur inimicus
Con este signo se protege al piadoso
Con este signo se vence al enemigo.
Me alejo de la cámara del tesoro... me despido de San Salvador. Dejo atrás la Catedral de Oviedo. Vuelvo a Grado en tren. Y mañana parto a Madrid...
Sigo mi camino por el Viejo Mundo.
Comienza a anochecer en Asturias.
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