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Pasar por los aeropuertos es siempre un stress. Las filas del equipaje de mano, y el paso por el detector de metales. Las normas ridículas impuestas por la paranoia gringa llegan a contradicciones tan fatales como que es peligroso llevar en la cabina una botella de agua mineral plástica, pero no una botella de vidrio del dutty free. Ahora obligan a sacarse las botas a quienes andan con botas. Y el PC debe pasar por separado. Y a uno, criado medio en el terror a la autoridad, la paranoia no ayuda. Sé que no llevo nada prohibido, pero es imposible no sentirse nervioso ante esa constante amenaza de sospecha.
Pasado ese primer lapsus, queda esperar. Los vuelos ultra económicos no tienen asientos asignados. Aún así ya hay gente haciendo cola. Como viajo solo, y el vuelo es de dos horas, me da igual qué asiento sea. Ningún asiento se echa hacia atrás, así que son todos igual de incómodos. Todo vale por llegar al destino.
Después de un vuelo en donde eché mucho de menos la almohadita inflable para el cuello, llego a Gatwick. Las colas son infinitas. Como Inglaterra es parte de la Comunidad Europea pero hasta por ahí nomás, hay que pasar por todo el interrogatorio. Ahora bien, los ingleses son "polites", y saben hacerlo. La encargada me hace, cordialmente, las preguntas de rigor. Todo muy casual, y en un tono muy amable, pero saca toda la información. "morivo del viaje, cuánto tiempo en UK, dónde me voy a quedar, familiar o amigo, vive o estudia, si tengo pega en Chile"...
Casi no es posible darse cuenta que no es una conversación de cortesía, sino una interrogación de policía internacional. ese fue mi primer encuentro con la flema inglesa. Tan civilizados... Nunca sabes qué piensan realmente.
Tomo el tren que lleva a la estación de London Victoria. Es cómodo y rápido... Y nada de barato. Afuera está muy oscuro. Son cerca de las 12 de la noche y no se ve nada fuera de la ventanilla. Ni una sola luz.
Llegando a London Victoria llamo a Felipe. Los teléfonos en London son carísimos. Pongo una moneda de €1, ($700 pesos mas o menos) y alcanzo a decir, "Felipe, llegué. Cómo cresta me voy a tu"..... No fueron más de 40 segundos. Menos mal Felipe tenía cómo lamar al teléfono. Ahí me da las instrucciones.
Debido a la hora (no hay metro) la solución es tomar un taxi desde London Victoria, hasta la Estación de Chalk Farm. El taxi sólo me sale la módica suma de £23 libras (cerca de $20.000 chilenos, y la distancia es equivalente a ir de Pza Egaña a Plaza Italia, mas o menos).
Bienvenido a London.
El taxi es como de película. Uno se sienta atrás. Bien atrás, a la altura de la rueda trasera. En lo que sería la maletera de un auto convencional. Entre mi y el chofer queda un espacio enorme. Además el chofer se separa de los pasajeros por una ventanilla.
El tema del manubrio al lado derecho es otro tema. A veces me da la sensación de ir contra el tráfico. Pero com todo el mundo va contra el tráfico, al final no pasa nada.
Hace frío. Es un frío seco. Ante mi sorpresa no existe la famosa "niebla londinense".
Las calles tienen algo como de Viña, o de ciertas partes residenciales de Providencia... Como estamos entrando a época de Navidad hay luces por todos lados. Se ve poca gente en las calles, pero igual, mañana es día laboral y son cerca de las 12 de la noche... Bueno, en eso hay una diferencia radical con España, que sea el día y la hora que sea, ebulle de gente.
El encuentro con Felipe es breve y bueno. Mañana tiene que ir a la U, así que me da las instrucciones básicas de convivencia londinense: que mire bien a los lados de las calles, porque es confuso; que los ingleses son muy, muy corteses y si me pierdo, que les pregunte nomás; y que la calle que me lleva de la casa al centro, al museo y otros lugares cambia de nombre como cinco veces. Nos ponemos al día en las noticias de la gente, y nuestras vidas, y a dormir. Siempre es bueno ver a la gente que se quiere.
El miércoles me encamino al primer encuentro con Londres. Es una ciudad enorme, pero por alguna razón me parece sumamente caminable. No es difícil perderse, y las calles no sólo cambian de nombre a cada rato, sino que también son curvas y laberinticas... Pero de todas formas, es una ciudad que me parece caminable. Al menos desde la Casa de Felipe y Tania hasta el núcleo más histórico y cultural (museo, palacio de Buckinham, Big Ben, etc).
Igual es como hora y media de caminata... Pero ya tengo los pies acostumbrados a caminar.
En las calles de Londres han debido poner en todas las esquinas instrucciones para mirar avla izquierda o la derecha. El hecho que tidos los vehículos transiten por el carril contrario es confuso. Los semáforos en general no están bien coordinados, y siempre ocurre que hay largos momentos en donde hay rojos para todos, y nadie sabe qué hacer. A pesar de todo ello, la ciudad funciona.
La gente habla todos los idiomas. Hay drsde chinos, árabes, pakistaníes (los que tienen tiendas), franceses, españoles, alemanes, affricanos, indios... Es un crisol de idiomas y gente. Los ingleses son sumamente corteses, y dicen "esquiusmi" por todo. Puede ser uno el que choque con ellos, y son ellos los que se disculpan. Es muy raro.
Hay hartos parques y plazas con vegetación. Los cuervos son reyes negros que alzan vuelo con graznidos en las calles. Son aves fascinantes.
Los buses de dos pisos y los taxis dan a la ciudad un toque especial. Es como estar en una postal.
El Museo Británico está en una calle relativamente pequeña, frente a negocios y restoranes. Es un edificio enorme que se pierde en el medio de una ciudad que parece taparlo.
El Museo Británico es mi primera parada en London City.
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