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Llego a Edinburgo con el corazón mas calmo.
Hay sol. Pero el viento es un un vendabal frío y violento, que a veces me empuja, y otras impide que camine. Revolotea en el pelo, hace volar los gorros, hiela las orejas... Y sin embargo es fresco y divertido.
La gente en Escocia parece funcionar así. Ríe más que en Londres. Y es igual de amable.
La ciudad es la primera ciudad de las que he visitado que me sorprende de principio a fin. No porque sea una ciudad extraña, o de otro mundo. Es simplemente que no puedo asemejarla a ningún lugar conocido. Madrid extrañamente me pareció un lugar cotidiano... Grado era una pedacito de Valparaíso, Londres tenía pedazos de Santiago... Edimburgo no tiene restos de ningún lugar que pueda decir "se parece a..."
Puede ser el color de la ciudad... Puede ser la forma de las casas... Sin duda el Castillo visible en la cima de la roca desde casi cualquier punto de la ciudad es un elemento que no pasa desapercibido y que la hace distinta. El Castillo es amo y señor de Edimburgo. Sobre la roca, al borde del acantilado, es un Señor que mira de lejos.
En Edimburgo están los pedazos de mi adolescencia tardía... (o mi adultez infantil, que sería más correcto y menos eufemístico). Los castillos, las películas, las espadas blandeadas contra las cotas de malla... Los inmortales y los hechizos. Pienso contantemente en que debí haber venido aquí hace diez años... Y de pronto todo me dice que no. Que está bien poder recordar y disfrutarlo desde esa nostalgia, en el ahora... Y volver a ser un poco loco, y no dejar nunca de jugar, ni soñar en dragones y castillos.
Están ahí, al alcance de la mano.
Cruzando el río se llega a la parte más vieja de Edimburgo. Allí hay calles curvas y desordenadas, pero principalmente me llaman la atención los pasajes angostos de escaleras abruptas. Leo en una de ellas "Close butcher" y pienso que son pasajes cerrados... Pero al rato me doy cuenta que no, que "close" es algo así como callejuela, o pasaje angosto.
Suena una flauta escocesa, y asciendo por uno de estos pasajes-escaleras. Hay un cabro como de mi edad tocando el whistle, no logro reconocer la melodía, pero tiene esa melancolía que me gustaba tanto de las canciones celtas lentas. Mucho más que las jigas, eran estas melodías bellas y cadenciosas las que me llevaban a escuchar una y otra vez esos discos. Converso un poco con el muchacho del whistle, y me entero de algunos músicos para buscar luego en la web.
Continúo el camino... Y llego hacia la calle que lleva hacia el Castillo. Entro a una iglesia con aires góticos. Dentro Hay una capilla que le llaman "la Capilla del Cardo", y en sus tronos de madera labrada, llena de detalles, y los escudos puestos en los respaldos quedo maravillado. Me acerco a preguntar por el significado de uno de ellos (uno que en particular me parecía hasta de broma: un mundo con un arcoiris y dos nubes). Un caballero se acerca feliz, toma una vara angosta como puntero, a la más vieja usansa, y me empieza a contar toda la historia y todo el complicado armazón que comprende a la heráldica y las órdenes de caballeros. Logro entender sólo un poco, no tanto porque me falle el inglés, sino porque las relaciones que se dan entre los blasones, los símbolos, los caballeros y los reyes son ultra complicadas. Pero quedo más que conforme. Y el caballero queda feliz.
Subo por la calle que llega al castillo, aunque me detengo un poco antes de llegar a él. Para afianzar más mi adolescencia, me meto en el museo de ilusiones opticas que tiene una "cámara oscura" que data del siglo XIX... Dentro hay de todo lo que esperaba, y más. Me pierdo como diez minutos en un laberinto de espejos... Y disfruto cada uno de los engaños del ojo... Parece que jamás me voy a dejar de sorprender, y salgo del museo como un niño, feliz, lleno de esa energía vibrante y chascona...
Al final no sé si quiero ir al castillo... Prefiero recorrer Edimburgo y sus calles, y ver a su gente moviéndose.
Bajo por la calle que asciende al Castillo, a comer al "Final del Mundo". Un bar restoran que antiguamente (como en la época medieval) marcaba el límite de la ciudad vieja de Edimburgo...
Me atiende un socio bueno para la risa y la conversa... En realidad el escocés me parece que es así. Se ríe a rajatabla, y es cordial... En la mesa de al lado se sientan dos parejas, y él les tira bromas, ríen, y finalmente conversan un rato...
Yo pido un Haggis... Sin saber mucho lo que es. El socio me dice que es "plato nacional escocés", cosa que yo había visto dado que en muchos lugares lo anuncian así. No me dá más pistas. Así que como "a dónde fueres haz lo que vieres"... Habrá que probarlo.
Llega un plato con alargado, con dos tipos de puré: uno es puré de papas, pero con las papas no tan molidas, aunque se deshacen en la boca. El otro sabe a papas, pero es más blanco y mas suave. En el medio hay un preparado de carne muy bueno, con un sabor fuerte. Éste es el Haggis. Entre lo que puedo sacar por conclusiones, sé que tiene panita de vacuno, y algunas especias (por ejemplo pimienta). Encima de todo hay una galleta que está clavada en el haggis. Es una galleta como de salvado, salada.
Me como feliz el plato. Realmente estaba muy bueno,
Cuando acabo, el socio se acerca para retirar el plato. Yo le pregunto de nuevo ¿Qué es el Haggis?. El me mira, sonríe y me dice "Le gustó, ¿cierto?" ahí me doy cuenta que sólo anuncia el contenido del plato una vez que la gente lo ha probado, y que mi jugada fue peligrosa. Exitosa, pero peligrosa.
Me cuenta que el Haggis se prepara con los interiores del cordero, hígado, riñones, posiblemente intestinos, muy picados finamente, y cocidos con especias y verduras. "A mi me encanta" me dice, "pero no toda la gente lo come, y se asustan cuando saben qué es". Le digo que por mí no hay problemas, que a mi me encantan los riñones y el hígado, así que la mezcla era perfecta. Se ríe. El plato se acompaña con papas y "neeps" que es el puré más blanco. A lo que va mi pregunta obvia: ¿Qué es el "neeps"?. Él levanta los hombros y no sabe cómo definirlo... "neeps is neeps", y sonríe sin saber más qué decir. Llego a la conclusión de que debe ser como un camote, una yuca o algo así.
Para cerrar la cena me pido un "Cranachan" que resulta ser una bomba de azúcar, con frambuesas, miel, crema, avena tostada y licor de whisky. Disminuyo la revolución azucarada terminando la Guinnes, y su amargor me deja listo para partir.
La Calle de la Princesa (la avenida principal del centro) se convierte en Peatonal para las fiestas navideñas. Han puesto un carrusel, un juego de aviones colgantes, una rueda de la fortuna, y todo tipo de cosas que giran. Con el viento que hay no sé cómo la gente no se hiela al subirse a esos juegos (especialmente el de los aviones). Hay una feria navideña donde abundan los locales para comer, y venden embutidos, sandwishes, caramelos, chocolates, galletas caseras, y un maravilloso ponche de ron con azúcar y naranjas que vuelve el alma al cuerpo.
También hay ropa. Me hice de mi gorrito de piel, dado que las orejas simplemente se me caían con el aire helado que soplaba de vez en cuando en fuertes chiflones. La gente sonríe y conversa en la calle. Se ríe cuando el viento lanza sus bocanadas frías, desordenando el pelo y volando los abrigos y bufandas.
La gente comenta que no siempre hay este viento tan impetuoso. Pero tampoco es que se extrañen mucho.
En esto me paso los tres días en Escocia. Salgo a las afueras de Edimburgo a conocer Rosslyn Chapell, y Stirling, con su bello cementerio (tal vez lo mejor de Stirling) su castillo y su Monumento a William Wallace.
Cada vez se me hace que tres días es poco para conocer aunque sea superficialmente, este lugar. Deberé volver, me digo.
Escocia es un lugar que se muestra en dos tiempos: una primera visión que da un panorama general, de altas montañas, clima frío y agitado, colores marrones, dorados, y grises, y gente alegre... Pero también se descubre de a poco: una calle angosta entre dos avenidas, escaleras con recovecos ocultos y antiguos, faroles con luz tenue y amarilenta encendiéndose lentamente en la tarde, locales de picadas, y costaneras oscuras de parques casi abandonados, iluminados lúgubremente con luz naranja de ampolletas a medio funcionar. Incluso esta parte es bella.
Camino hacia el río. Paso por locales que están cerrando. Claramente estoy alejándome del Centro, y las calles son más solas, más abandonadas. Llego a un puente que queda dentro de alguna institución que no logro reconocer. Y devuelvo lo andado. Obviamente me pierdo al doblar por una esquina en la que no debí doblar. Creo saber mas o menos dónde estoy, aunque tal vez es sólo un autoengaño. Igual aprovecho a caminar la ciudad de noche. Ver sus calles, sus callejuelas, y pienso en que si logro ver el Castillo voy a estar saber hacia donde ir. Bueno, el Castillo no aparece, así que doy vueltas sin rumbo, hasta un parque bajo un puente... Hasta una calle que asciende... Finalmente aparezco en uma calle conocida, y encamino hacia el Hostel.
Edimburgo es así. Te hace perder todo punto de referencia, y luego te lleva a casa.
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Rodrigo Todavía hacen esos dibujos increíbles en las pizarras de los pubs???
Diego Buh... No vi nada de eso... Ojalá sólo haya sido mi voladura y no que la práctica haya desaparecido