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Despertamos a las 7:30, y siendo que era mas corta la tirada, salimos como a las 8:30 de Pola de Allande.
Llegamos a la Iglesia, que nos saludó con campanazos, y nos cruzamos con algunos chicos que iban a la escuela... Hace frío, y mucha parte del camino está escarchada.
Encaminamos por la carretera. Como no hay señales, una señora nos ve medio perdidos y nos indica desde su casa el camino. Avanzamos un tramo más por la carretera, hasta que vemos la vieira que nos indica un sendero que baja, angosto, al bosque de robles y castaños que han regado sus hojas por miles en el suelo.
El sendero comienza con un leve descenso, continúa en un plano y lentamente se va convirtiendo en un ascenso constante que no acabará en las siguientes tres horas, hasta llegar a la carretera. En momentos es una subida compleja y pesada, pero el paisaje vale la pena.
A mi izquierda, el río Nisón, que mas abajo, o mas cerca, se oye constantemente en la caminata. De cuando en cuando un aleteo de pájaros o un graznido de cuervos acompaña el murmullo del río. Pasamos varios puentecitos de madera que sortean las vertientes de la ladera que van a dar al río. Las castañas están regadas por doquier en el suelo. Entre las castañas y hojas secas resalta de pronto una bolita de color rojo. Pienso al principio que podría tratarse de algún hongo, pero no, resulta ser un fruto. Yurena me dice: es dulce, es un madroño. No necesito saber más, y me lo echo a la boca. No es que sepa qué es lo que es un madroño. Me basta con saber que se come y no es venenoso. Es de textura suave, tiene un sabor distinto todos los otros frutos que he comido aquí, que son cálidos. Este es fresco, algo ácido. Me recuerda un poco a una guayaba. No tiene cáscara. Su superficie roja se deshace con su contenido. Es como si fuera todo una crema con una parte seca al aire, pero que es parte de la crema también. Me como varios, fascinado, y continúo con la subida.
Yurena es mas lenta en las subidas, y yo me adelanto (mantengo un ritmo ue no es del todo fantástico, pero es un ritmo que me funciona en las subidas). El paisaje no es distinto, pero siempre es bonito. Los castaños y robles dan buena sombra. El camino sube y sube.
En un cruce de río piso una piedra húmeda que me hace resbalar y de extraña manera pongo un pié, y luego el otro, y llego parado, dignamente, al otro lado. Respiro un poco, acomodo la mochila que se zangoloteó toda, y continúo... Dos pasos más y una extraña sensación me hace mirar hacia atrás. Allí, atrás, brilla negra, mi billetera, en el suelo, caída después del brusco resbalón. La recojo, la meto en la mochila bajo tres cierres, y ahora sí continúo el camino. Pienso seriamente en comprar una cadena para la billetera.
Llegando al fin del ascenso está la carretera. Pienso en que la subida parecía mucho peor según cómo la describían todos... Y canto victoria... Obviamente antes de tiempo, dado que dos pasos mas allá de la carretera veo una vieira que indica el camino al lado de una "obra" (léase "trabajos de maquinaria"), y el sendero sube por una ladera abrupta, quemada, pelada, y terrible. Fue como un palo al espíritu (debe ser por eso que la cima se llama "Puerto del Palo"). En resumen, una hora más de ascenso duro, terrible, al lado de una ladera desforestada, hasta llegar a una fuente con agua (que no se veía muy limpia), y dos senderos sin ninguna indicación. Casi por intuición tomo el de la derecha, y unos 200 mts mas arriba veo una vieira. Ahora sí estaba en la cima del Puerto del Palo. El reloj marcaba las 12°°del día, y yo ya estaba medio muerto.
Pero valió la pena.
La vista al valle siguiente era increíble. Todo abajo cubierto de nubes, como un mar. Recordé el paisaje de esa vez que con mi madre cruzamos la Cuesta la Dormida y todo el valle de Olmué estaba cubierto de nubes, y los cerros que se asomaban parecían islas.
Me senté un rato, comí frutos secos (esta vez sin exagerar), y corté un trozo de queso. De paso, me rebané un dedo, pero nada importaba. Papel confort y un elástico apretado para cortar la hemorragia, y ahora sólo quedaba el camino por la cima de los cerros, y la pasada por los pueblos hasta llegar a La Mesa, donde teníamos el albergue. Igual eran como 5 horas más de caminata.
Un leve descenso hasta alcanzar la cota del camino, en la ladera izquierda del cordón de cerros, y cerca de las 1°° veo Montefurado, un pueblo que parecía salido del Cuzco, colgando del cerro, con pircas que se encaramaban en ángulos de 45° desafiando a la inclinada ladera. No eran más de ocho casas... Y sólo vivía una persona y su perro. Y, bueno, también unas cinco vacas que parecían cabras pastando en lo escarpado del terreno.
Pienso en las tremendas torres de alta tensión que instalaron al lado del pueblo. Los cables lo cruzan por encima, y casi no hay dónde mirar sin ver esas "columnas" (es la palabra que el señor ocupó para referirse a las torres) de metal. Si hubiesen respetado un poco más el paisaje, sólo 100 metros más a la derecha, el mismo cerro las habría tapado. Pero no, la cosa era instalarla casi encima del pueblo, total, a nadie le importa un pueblo perdido en la montaña. Pienso que en todos lados hay tarados a quienes no les importa lo importante, y pasan encima de todo.
Me alejo de Montefurado y luego de un encuentro con las "vacas cabras", el camino va descendiendo suavemente hasta llegar a la Iglesia de Santa María del Lago, y el pueblo de Teixo del Lago. No ví el Lago por ninguna parte.
Las casas, todas con sus techos de piedra pizarra, que es un material que abunda aquí...
Cruzando el Pueblo, hay un camino aburrido por un bosque de pinos de reforestación. Sin sonidos, sin pájaros, todo muy ordenadito y artificial, en comparación con los otros bosques desordenados llenos de vida.
Llegando a la carretera, como siempre, pocas señales, así que me guío por una flecha amarilla que me dice que siga por la carretera. No sé si recorté camino, o lo hice mas largo, sólo sé que después de unos 40 minutos o más de caminata me encontré con un caballero que me dijo que tomara un sendero que aparecía unos metros más adelante, y ahí retomaba el camino oficial y llegaría a Berducedo, último pueblo antes de llegar a La Mesa.
Ver las vieiras siempre son un alivio cuando uno piensa que está perdido (y si no fuera por las indicaciones del caballero, yo lo estaba). Pienso en que en la vida debiera haber algo así como la Vieira, cuando estás haciendo algo a ciegas, un signo que te diga "si, cabro, sigue por ahí, que esa es la ruta" o algo que te diga "tch, tch... Cabrito, vas mal, que el camino es por el otro lado".
Obviamente le quitaríamos el sit-com a los dioses que nos miran, así que mejor me olvido de esa idea.
En Berducedo descanso un poco, converso con un caballero que me dice que en La Mesa no hay nada para comer, así que parto al negocio del pueblo y compro un paquete de 250 grs de canutos, y unas magdalenas, algo dulce para el camino. Iba a comprar huevos, pero la señora que atendía me dijo "una niña Canaria pasó hace unos minutos, y compró 6 huevos"... Me río, ya que hace dos días que Yurena andaba con antojo de un huevo frito. Calculo que posiblemente me adelantó en mi camino por la carretera.
La subida que seguía daba paso a una eterna bajada por la carretera... Una bajada tediosa que nunca, nunca acababa...
Al fin, a lo lejos veo un pueblo, y pienso que es La Mesa... La llegada se alargaba más y más, mientras más creía que me acercaba a él... Laaargo descenso, pero como todo, este también llegó a su fin.
Llegué al albergué, y Yurena había llegado hace 10 minutos.
El albergue tiene colchones y almohadas. Y un par de ollas. No hay mantas, pero al menos los radiadores funcionan, y menos mal, porque está helando.
Después del baño (menos mal el agua estaba caliente) me abrigo y salgo a caminar... Un señor arregla su muro de piedras lajas con una retroexcavadora, que le ayuda a levantar un pesado bloque. Le ayudo a acomodarlo, y de paso me dice que ya nadie hace muros como los de antes... No me extraña, porque las piedras, si bien abundantes, son pesadísimas. "Hay que volver a las viejas construcciones" me dice "este año arreglo este pedacito... El otro año avanzo otro poco... Tengo tiempo."
De vuelta al albergue, cocino los canutos con un poquito de chorizo y huevos y queso... Comemos, y a las 8 ya estamos en nuestros sacos... Y a las 8:30, con las gallinas, estamos durmiendo.
Mañana nos toca una bajada que, según dicen, es de antología.
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