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Hoy llego a Santiago.
Son 20 kms desde Santa Irene. No es mucho, así que hoy llego a Santiago.
Pretendo tomarlo con calma. No tengo prisa.
Antes de salir del albergue tomo desayuno, un poco del pan que me queda, agua, un pedazo de queque que tenía guardado... Mientras, me siento y leo unas revistas que hay en el albergue y que tratan del Camino. Hay una en especial que habla de las hazañas de Santiago cuando llegó a peregrinar desde Galicia... Y cómo anduvo por estas tierras hasta que de vuelta en Galilea es decapitado, y cómo luego dos discípulos lo traen de vuelta a Galicia, desembarcando en un lugar de Fisterra, y luego sepultándolo en lo que ahora es Compostela.
La historia tiene esa belleza de las leyendas orales, narradas por mil bocas, contradictorias, y por ello muy real.
Mis pies están resentidos después de los casi 300 kms anteriores. El bastón de fresno que traje desde Grado ha sido la principal ayuda. Me apoyo en él turnándome el pié derecho (que me duele en la planta del mismo modo que cuando se me acalambran los dedos), con el pié izquierdo, (que es el más resentido, pues me duele el tendón que da al empeine) La venda la lleva este pié, aunque menos apretada que hace dos días, dado que por apretarla mucho me hice una pequeña herida que se suma a las averías...
Estoy perjudicado...
Igual, siento que para llevar casi dos semanas de caminata sin parar no estoy "tan" perjudicado como habría pensado (mucho más viendo el estado de otros peregrinos que llevan 5 días y que están peor que yo)... No estamos tan mal, parece. Un poco cojos, pero nada más...
Y hoy son sólo 20 kms hasta Santiago, así que hay que ponerle pata nomás.
El camino va por la carretera, y luego dobla hacia un camino mas rural, hasta llegar a Pedrouzo. Me parece que ya estuve aquí. La forma que tiene es igual a Arzúa. Después me daría cuenta que TODOS los pueblos que tienen una calle por la que pasa la carretera son iguales, como si fueran hechos con un molde.
En Pedrouzo me tomo un café con leche, compro una bolsa de frutos secos para el camino (ya que no me quedaba ninguna cosa para comer), y sigo el sendero, que bordea la carretera por caminos interiores.
El camino no tiene nada de especial, un par de ríos que dan reflejos bonitos, una plantación de hayas cerca de una casa, con esos troncos albos y brillantes como de papel plateado, y uno que otro sendero más agreste que no dura mucho.
Los frutos secos que compré funcionan a la perfección, aunque me sorprende que el compendio consista en Maní (un clásico), semillas de girasol peladas (gran aporte), y GRANOS DE CHOCLO TOSTADO, al estilo de la "canchita" peruana. La cosa estaba muy buena, pero llamarle "fruto seco" al choclo es poco menos que impactante.
Mientras camino voy pensando en el camino en sí... Muchas veces usé el sonido del bastón en el suelo "Tac,Tac, Tac" casi como un mantra, una letanía para que mi pensamiento se fuera, casi como una meditación, de horas y horas de caminata... A veces pensaba mucho, otras no pensaba nada, sólo veía pasar los árboles, los cerros, los animales, las casas... Hay gente a la que le gusta subir cerros, otra bailar, o correr... Yo prefiero caminar... Es casi como ir recitando una letanía, paso tras paso... Dejar, lenta pero constantemente, atrás el camino...
Y entonces, en mi manía de pisarme la cola, me pregunté: Honestamente ¿Por qué el Camino de Santiago?
Y aún no encuentro respuesta, y bajo esa pregunta no tengo nada escrito en mi cuaderno.
Hace un tiempo leí que, enfrentado a las hadas y duendes, un hombre les preguntó "¿Por qué encantan y engañan a los hombres?". Y las hadas respondieron "Porque podemos".
Pero no... Esa tampoco sería una buena respuesta para mi pregunta.
El camino transcurre sin mayores novedades... Y en una vuelta de la carretera, me encuentro con una placa de piedra, del tamaño de una persona, con las insignias del peregrino: el cayado, la calabaza, y, por supuesto, la Vieira. Una banda que lo une todo señala el mombre del apóstol: Santiago.
Ya estoy en las tierras del Hijo del Trueno.
El camino va descendiendo, y se convierte en una pasarela especialmente habilitada para peregrinos. Es extraño, pero me he cruzado con muy pocos peregrinos desde la salida del albergue. O todos desaparecieron, o se vinieron corriendo para llegar primeros al Monte del Gozo. La otra opción, y sin duda la más coherente, es que yo me he tomado los 20 kms con una calma sobrenatural...
Yo, medio cojo, sigo lento pero seguro.
Los últimos pueblos son todos en descenso hacia Santiago. El pié izquierdo me duele en las bajadas, así que el bastón es central. Paso por unas Ventas, y luego otro descenso. Un área media industrial con establos de vacas; un estudio de RTV española... Y finalmente un letrero que anuncia el Monte del Gozo.
Tengo que haber estado pensando en otra cosa, o simplemente el monte no era como yo pensé, porque me detuve en un monumento del peregrinar de Juan Pablo II, de no se qué año cuando estuvo en Santiago, pero nunca ví la escultura de los peregrinos del Monte del Gozo, ni mucho menos el monte en sí... Sólo fuí descendiendo hasta que en una larga escalera me encontré con un hombre que, guadaña en mano, desmalezaba la tierra.
- Buen camino- me dijo.
- Gracias- le respondo- ¿No queda mucho, cierto?
- No... Unos tres kilómetros... Eso es nada. Ya estás llegando.
Sigo bajando la escalera. Detrás mío van dos peregrinos que parecen ser o japoneses o coreanos. Llegamos a la parte plana. Sólo se ven calles que van y vienen, aceras de cemento y edificios largos que se extienden el los distintos niveles de la explanada.
Es la parte más nueva de Santiago de Compostela. Las vieiras de bronce en el suelo, junto con los letreros azules con flechas y el dibujito de peregrino van adentrándome a la ciudad. Poco a poco, los modernos edificios entre amplios parques van cediendo dando paso a construcciones más apretadas y los espacios más condensados... El cemento cede a la piedra estucada, y ésta a la piedra al aire...
De a poco el viejo Santiago va mostrando su color rojizo, de granito antiguo, de ciudad medieval.
Cuando alzo la vista no veo la catedral... Sólo edificios de piedra... Sigo las vieiras como un ciego se deja guiar por su lazarillo.
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