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Llegamos a Lalibela en el vuelo de la mañana después de haber esperado dos horas en el aeropuerto sin poder desayunar y pasando todos los controles de seguridad que Ethiopianair considera necesario para mantener su prestigio como compañía aérea más segura de África.
Esto implica pasar por sucesivos controles de equipaje e identidad en los que tu y tu equipaje sois sometidos al escudriñamiento de los rayos x por varios atentos empleados que no dudan en volver a pasarte por el arco y las cámaras o registrar hasta el ultimo recoveco de tu alma para garantizar que estas libre de pecado. Por supuesto, Como siempre que entras a suelo sagrado, cada vez tienes que quitarte los zapatos.
En sí el vuelo dura menos de tres cuartos de hora pero te ahorra casi un día de sobresaltos por las infames carreteras etíopes que los chinos llevan años terminando de rematar. A la llegada te espera el habitual cortejo de bienvenida ofreciendote transporte y acomodación por el mejor precio.
Lalibela está a en unas montañas a veinticinco kilómetros de su aeropuerto así que el taxi hasta el hotel que tenemos contratado cuesta 70 birr por persona, como nos advierte el amigo que nos espera con la intención de convertirse en nuestro guía. El minibus va lleno de faranjiis de todo pelaje, mujeres y hombres, jóvenes y mayores, solos y en grupo, pero nuestro amigo me escoge como objeto de sus atenciones y me explica a voz en grito todas los puntos de interés del camino y las posibilidades de visitas que se nos ofrecen. Con el azúcar bajo mínimos y el alma en los pies, yo solo acierto a decirle "ashi".
El hotel Seven Olives donde nos quedamos es la joya de la corona del turismo mochilero en Etiopía. Los 42 dólares que te piden se pagan con el gusto de aprovechar una oferta que en cualquier otro sitio sería prohibitiva sin sacrificar nada de todo el sabor de esos sitios que han acumulado un largo prestigio como oasis de viajeros. Hasta la amabilidad de los empleados que te reciben tiene el tono de autenticidad que sale de quienes saben que la hospitalidad es el primer valor de la civilización.
Las habitaciones son básicas pero limpias y acogedoras, situadas en una galerías abiertas a un jardín de jarcarandas y cuidado césped desde el que se puede ver la ciudad colgada de la ladera de las montañas acompañado del canto (y algún otro regalo) de los pájaros. El restaurante es muy bueno y tiene más encanto.
Por este hotel pasan muchos viajeros que viene a Etiopía. Su oferta parece haber encontrado el punto de satisfacción óptimo para la demanda de quienes visitan Lalibela, que es sin duda uno de los principales destinos del país. Sus iglesias escavanas de la roca han sido declaradas, con toda justicia, patrimonio de la humanidad por la UNESCO. La visita merece verdaderamente la pena y es comparable a cualquiera de las maravillas del mundo que desde la antigüedad han atraído viajeros para visitarlas y contar su excepcionalidad.
Descripción de las iglesias del noroeste, su construcción y demás.
Por la noche disfrutamos de una supuesta sopa minestrone, que resultó ser unas lentejas con verduras de las que te podría haber preparado tu madre en cualquier rincón de España, y unos espagueti con verduras y aceitunas que te recuerda que, aunque la ocupación italiana de Abisinia apenas duró algunos años, su influencia culinaria sigue muy presente en nuestros días.
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