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Quito, from August 15 to 19
Con mi pasaporte apretado en la mano, me fui para Tejas. Mientras la mujer a mi lado durmía, contemplaba el desierto yaciendolejos. Saqué el Principito. El libro me sorprendió con sus mensajes filosóficos, y seguía leyendo, deteniéndome en cierta ocasión para observar el diseño de las nubes.
Sobre el desierto nubes eran pequeñas, con espacio suficiente para ver líneas raras en la tierra. No debían ser calles. Me cansé de estirar el cuello para asomar la ventanita de plástico. Llegué. Tejas era caliente y húmedo. Buscaba el terminal, escudriñando cada rostro para encontrar a mi compañero. Fui al televisor para comprobar si su vuelo había llegado a tiempo. Cuando me fijé de que él estaba parado a mi lado, le sonreí. Él quedo callado, mirándome y esbozando la sonrisa. Llevaba camisa negra y vieja y un pantalón del mismo estilo. Su pelo rojo había crecido.
"Y tú habías pensado que no lo lograría," dije, reflexionando el estrés de conseguir mis papeles ese mismo día. Retorné la sonrisa.
"Yo sabía que lo harías. Siempre pareces tener la suerte." Seguimos conversando unos minutos hasta subir al avión. "Qué buena cosa que lleguemos a la medianoche… solo podemos esperar que alguin nos meterá un cuchillo al corazón." Tuve que reir. No habíamos cambiado mucho durante tanto tiempo separados, hablando solamente en ciertos momentos por teléfono. Me alegró verle, con su alta fortaleza física y rostro amable. Tendría que pasar más de un mes con aquel tipo.
Volamos a Ecuador, yo sentando al lado de la Quiteña, Andrea. Conversábamos en español por la mayoría del vuelo. Ella me dio su número de teléfono, y lo guardé en el bolsillo. De ella aprendí algo de la cultura ecuatoriana. Lo más útil fue "chévere," una palabra sumamente importante para describir cosas agradables.
Cuando su puso el sol, el cielo se hizo una mezcla de rubí ydurazno . Las nubes brillaban rosadas en la luz del crepúsculo. Dedos de vapor pendían encendidos, llamas ardiendo silenciosamente en el espacio inalcanzable. Empezó debajo de nuestros pies una tormenta de relámpagos. Las nubes seguían destellando con blanco. La alfombra de algodón estaba iluminada por todas partes con luces esparcidas y fugaces.
"Qué hermoso" susurré a Andrea.
"Sí, muy chévere." En unos minutos ya estaba oscuro el mundo afuera. Volamos sobre tinieblas cuando Andrea me preguntó dónde estábamos. "Debemos estar acercando, pero no veo Quito."
"Qué soy, el cápitan? Pues a ver, debemos estar sobre Colombia. Sí, definitivamente sobre Colombia," dije con voz de sabio.
La primera cosa que vi de Quito fue el edificio de Xerox, algo ajeno en aquel tierra. Despedimos a Andrea, quíen se fue con una manada de amigas y familiares. Nos acercó un chofer. Corey intentó preguntarle de hosteles baratos, y nos fuimos por taxi al Hotel Jonny. Ya ha pasado la medianoche. Pobres en el semáforo hacían trucos con palos encendidos, con esperanza de conseguir un centavito. El chofer les dio el placer de unas monedas. A nosotros dijo que en Quito había solo dos temporadas, pero siempre parecía ser la primavera.
"Hoy es miércoles, no?" le pregunté a mi compañero en ingles al entrar la habitación. "Hay que tomar la medicina para malaria." Eso hicimos. Saqué mi cuaderno y empecé una nueva seccieon: Ecuador. Anoté la fecha y una sola frase: Aquí estamos.
Apenas podíamos dormir por la ansiedad del día siguiente, y el resto del viaje que ciertemente reventaría de emoción, de conocer a gente amable, de ver las montañas. Incluso de pasar días de misericordia, mojados de la lluvia. Eso esperaba desde hacía mucho tiempo. Yo había contado a mis amigos en la universidad que definitivamente nos hallaríamos hambrientos y empapados pronto o tarde, pero que todo el viaje resultaría increíble.
"Quiero una novia latina," declaró Corey al azar. Le levanté las cejas. "Como la mujer en el avíon, la viste? Ella era tan bonita, tan sexi. Voy a casarme con ella." Y luego le dio el nombre Carmen, para honrar el personaje de los libritos de la clase de español en la secundaria. Aproveché aquella decisión.
En la mañana me desperté en la cama pequeña en un país desconocido. Muy pronto nos desperezamos,y de acuerdo con nuestros hábitos antiguados, fuimos paseando por las calles para conocer la ciudad. Llevábamos las mochilas grandes a la espalda. La ciudad era tan distinta. Toda tienda tenía el umbral en la acera, basicamente en la via alborotada. Faltaba espacio entre negocios, y fijé que todas las tiendas repetían en un especie de ritmo variado. Siempre había los mismos tipos de almacenes: restuarantes familiares, ferreterías, licorerías… y siempre había iguales tiendas en corta proximidad. En cualquiera cuadra se podía encontrar los mismos productos de la última.
Así pasamos el primer día, caminando y aprendiendo pocas costumbres del Ecuador. Tras un rato, tuve hambre. "Aquí," dije, haciendo un ademan hacia un restaurante modesto. Luché para entrar la puerta con mi mochila. Comimos churrasco, el plato más encantador para cualquiera comida. Aquella comida típica pronto se hizo una favorita, algo familiar que conocer en el extraño mundo culinario de Sudamérica, donde apenas entendíamos los menus.
Sentí bastante tonto paseando por aquellas calles repetetivas y estrechas, los dos cargándonos dos mochilas gigantescos. Era Corey quien caminaba delante. Siempre había sido el más propenso a ser líder. Yo seguía sus pasos, yo bajo tras su alto cabello de rojo.
No nos dijimos mucho. Estábamos demasiado ocupados con experimentar, con escudriñar cada detalle de este mundo desconocido. Apenas podía darme cuenta de que ya estaba allá, que ya ha empezado aquella época de mi vida. Yo había informado a todo amigo desde cinco meses. Y en ese momento verdaderamente estaba realizando lo que antes había dicho con tanto fervor.
Las calles nunca dejaban de emitir ruidos humanos y mecánicos. Gente hablaba en la acera. Buses bramaban como bestias a toda velocidad, casi aplastando a las ánimas que atrevieron a cruzar. Caminé al lado de Corey. Era un gigante aquí. En porciones más estrechas de acera, retrocedé para caber entre la muchedumbre. Fue ninguna cosa fácil con la maleta pesada.
Llovió. Guardé mi billetera en bolsa de plástico. Ante nosotros yacía un edificio negro, amenazante, cuyas torres alcanzaron las nubes densas. Cambiamos una mirada, y lo acercamos, con cada paso viendo la estructura lúgubre. "A ver, entremos para poco rato."En la presencia de un dios que no creía existía, nos hallamos envueltos de un vientre de cemento y vidrio colorado. Dimos un paso por el reino de techos altos y abovedados, en silencio. Aunque el cielo era oscuro afuera, las ventanas brillaban de todos colores. Corey señaló con la mirada un asiento, donde me senté e hice un estrépito fugaz al golpear el siguiente con mi bota dura.
"Wow" le susurré. No me contestó, sino se mantuvo con facciones tranquilas observando la belleza de aquél espacio inmenso. Nunce había entrado un edificio así, pues no esperé que su pellejo feo ocultaría tales maravillas de obra humana.
La lluvia cedió. Vacilaron las nubes, pero de vez en cuando nos dieron vista a las montañas cercanas. Vi un valle a la derecha, a la dirección que asumí ser el Este. ""Migo. Mira." Hice un gesto hacia el valle que rendió las montañas, que extendía hacia un area alta de roca negra. "Tal vez un día podemos ir caminando hacia allá."
"Sí. Porque no puedo hablar por ti, pero la ciudad no me interesa tanto. Aprecio la belleza natural, sabes?"
"Por supuesto. Ni siquiera hay que decirme eso."
Otra vez nos hallamos paseando, yendo al sur donde sabíamos quedaron hosteles, especificamente en la esquina de Los Rios y Julio Castro.
El parque Alameda estaba cerrado para mantenemiento. Hostal Revolución era el supuesto hospedaje para esa noche. Lo había encontrado en un sitio de Internet, un siglo antes, tal vez cuando era otra persona viviendo en Mammoth Lakes, con padres y una hermana. Había una plaza con fuente apagada.
"Sale el sol. Y pienso que queda cerca el hostal Revolución. El mapa en la oficina turística mostró esta plaza." También había un anciano derrumbado al suelo, impotente para levantarse. Abrimos paso hacia el otro extremo. Él tenía el pie atrapado en un agujero entre los ladrillos. Apenas pude desviar la mirada, pero no quise ser maleducado. Ni supe qué decir. Tuve ganas de ayudar, pero vacilé sin hacer nada. Vino una muchacha para sujetarle los brazos, pero no logró rescatarle del hueco. Lo dejó, debil y viejo. Algo en mi mente quedaba confundido. El viejo debió estar deprimido, pero no lo parecía. Yo sentí triste. El viejo sentó todavía. Otro tipo vino para levantarle con éxito. No se intercambió ni una palabra, y los dos partieron como nada había pasado. No tuvo sentido. Todos me dijeron que aquí la familia importa más, pero en ese momento el anciano no consigió rastro de respeto. Tal vez no tenía familia, pensé.
Hostal Revolucion estaba lleno. Al dia siguiente habría habitación. Gracias. Fuimos entonces a L'Auberge, que nos cobró siete dólares para hospedaje. Precios baratos empezaron a sorprenderme, y a Corey tambien. Nos volvimos loco al comprar una Sprite para treinta centavos, y empanadas para unos siete centavos. Comimos en un parque, donde todos orinaron en el césped. Volvimos a comprar más empanadas. Al regresar al hospedaje barato y agradable de L'Auberge, charlé con la mujer detrás del mostrador.
"Buenas tardes, señora."
"Hola, muy buenas."
"Si… quería preguntarle dónde se puede subir las montañas cercanas de Quito." Ella me enseño el mapa. Rucu Pichincha era la montaña que habíamos visto antes. "Ok," le dije. "Eso será divertido. Gracias, señora."
En el hostal Corey y yo tomamos una cerveza, un Pilsener, y conocimos otro viajero. Era de Canadá, y no entendí sus razones por estar allá en Sudamérica para varios meses. Él era bajo, tímido, y solo. Parecía bien deprimido.
"Me encuentro un poco enfermo," nos dijo con su voz de tono alto. Mejor dicho que lo dijo a nuestros pies. "Pero es solo a causa de la elevación. Afecta a ustedes?"
"A nosotros no. Somos de las montañas de California, y nuestro pueblo está ubicada a la misma altura de Quito." Corey habló más con el tipo. Yo me senté en la mesa del jardín. Le despedimos, diciendo que tal vez nos veríamos.
Distinto era el próximo día. Subimos una montaña, o mejor dicho, un volcan llamado Rucu Pichincha. Mejor dicho aún, el Telefériqo nos llevó, pero no al cumbre. Hablamos
con un muchacho aleman, cuyo ingles era bueno y tambien su español. Él no nos acompaño para todo el camino hasta la cumbre congelada.
"Por qué llevan las mochilas?" nos preguntó alguien en el sendero.
"No sé. Las cargamos porque no tenemos hospedaje para esta noche, ningun lugar para dejarlas," respondí. Seguimos. Ese día conocimos las montañas ecuatorianas, tan grandes y extensivas, y más altas que Mt. Whitney en California. La hierba cubría la superficie de las montañas lejanas en fincas cuadradas que se agregaban para parecer a las ventanas de vidrios colorados de la Basílica, pero de varios colores de verde brillante.
"Qué feo," me dijo Corey en ingles. Sonreí. Pocas personas solían entender su sarcasmo. Escalamos más, consiguiendo buena vista de todo Quito y las tierra cercana. Llegó la neblina. Cruzamos por un mundo de hierba suave y larga, donde los únicos seres humanos eran él y yo. El lugar era bastante misterioso, y eso le dije.
En la cumbre había poco nieve, y un suizo y su amigo. Saludamos entre todos,conversamos de montañas, de Cotopaxi y Chimborazo. El suizo era guía de montaña, y el otro su cliente.
"Cuánto tiempo tienen en Ecuador?"
Nos miramosCorey y yo. "Unos dos dias," dije. "Vamos a quedarnos para cinco semanas. Quieremos describir un círculo por todo el país."
"Un circuito," me corrigió el guía. "Pero qué bueno que tienen tanto tiempo. Y piensan en escalar más montañas, no?"
Le contestó Corey."Pienso que debemos subir Cotopaxi, tal vez. Sería chévere. Probablemente cuesta mucho, pero lo vale. Qué piensas? Podríamos comprar más ropa también." Desde el principio de su proposición, había decidido que no, no tuve ganas de pagar a un guía para subir una montaña de viente mil pies de altura, hasta una cumbre cubierta de nieve eternal. Pero no más me engojí los hombres y dije que no supe.
"Si, en Cotopaxi hace aun más frío. Hay que llevar pantalón impermeable. Y dos pares de guantes," terció el suizo barbado, mostrándonos las manos tapadas.
"Y Cotopaxi es volcan activo todavía, no?" le pregunté.
Asintío con la cabeza. "Si, claro. Suele erupcionar cada ciento cincuenta años. Eso queda en unos siete años, pues la gente de Quito están así." Tembló sus manos. "Si erupciona de nuevo, es Ciao, Quito." Tuve que sonreir de su manera de prenosticar el aniquilación de la ciudad con un tono casual.
"Ciao, Quito," me repitió Corey con una carcajada.
"Galletas?" nos ofreció después el suizo. Yo tenía granola, pues negué, pero me asombrósu hospitalidad. Pasamos poco rato sentados en las rocas negras de la cumbre. No había rastro de vegetación en este elevación. Una voz me trajo a atención; fue la del guía. "Mira, mira. Qué lindo." Eso no pude negar. Me puse en pie para comprobar. Las nubes despejaban, y llegaron otros dos hombres. En la cumbre de aquél volcan, observé un mundo yaciendo ajeno y hermoso, con la ciudad de Quito ocupando un espacio pequeño en el fondo de un valle. Al este la cordillera seguía. Al oeste quedaron nubes.
"f***!" exclamó el recien llegado al ver lo que yo no podía creer. Todo parecía un sueño largo y agotador, un aventura surreal que solo pudo existir en la mente durmiendo. Saqué una foto para los amigos desconocidos. El suizo amable me dio una tarjeta de su empresa de guía. Siempre es una pena que solo existe la oportunidad de gozar la meta de alcanzar la cima por un momento fugaz. No podía aguantar el viento, pero la vista de este tierra ajena era verdaderamente increíble por su distinta combinación de cordillera y urbe, de nube y tierra, de tierra y finca. Ya habíamos de irnos porque el frío atravesó mi abrigo, envolviéndome las entrañas.
Descendimos lentamente, despidiendo a los otros quienes fueron hacia otro sendero. Dejamos el area de la neblina. Nos detuvimos mucho para mear. Además nos detuvimos con frecuencia para admirar la belleza surreal, para repitir las mismas exlamaciónes de piedad para aquél paisaje de sueño, donde las nubes volaban a toda velocidad sobre la hierba verde y liso.
Ya era la tarde al subir de nuevo al Teleférico. El sudor en mi espalda me dio frío. En la cabina, aprendía la palabra "cabina" de un nuevo amigo, Jonatan, quien sentaba con su novia al otro lado. Él nos invitó a su casa, pero le tuve que negar porque ya teníamos reservada una habitación en el hostal. Nunca volvimos a verlo, aunque nos dio su número de ambos casa y celular. La gente amable del Ecuador realmente estaban empezando a impresionarme. No había fin de su generosidad.
Cuando llegamos al estacionamento del Telefériqo, despedimos al joven Jonatan y su novia callada. "Corey y yo disponemos caminar, y no queremos esperar al próximo bus. Ciao." Unos momentos más tarde, nos hallamos en el asiento trasero del coche del padre de Jonatan. Él nos llevo al parque Alameda, que todavía estaba cerrado pero quedaba cerca de la esquina de Los Rios y Julio Castro, la dirección del hostal Revolución, donde el propietario prefería hablar ingles con su acento australiano. Nuestra habitación para aquella tercera noche era un dormitorio compartido con una pareja que apenas vimos, un estadounidense, y un joven de inglaterra.
"Quieren ron?" Les preguntó Corey cuando cuatro de nosotros estábamos en el cuarto. Lo compró cuando regresamos a nuestra tienda favorita el dia anterior, la misma que nos vendió las empanadas y refrescas. Pues tomamos el ron y conversamos de temas serios, incluso los estereotipos de raza y cultura, como los supuestos dientes horribles de los británicos. Paul, el británico, no poseía tales dientes, al disgusto de Corey. Me cayeron bien el estadounidense y Paul, aunque los gerentes no eran tan amables.
"Saben… me perdí hoy dia en la ciudad," empezó Paul, hablando por supuesto en ingles. "Y por fin me di cuenta de que el mapa es estúpido. Se lo imprimieron con las direcciones incorrectos. Este es el sur. Pero no, todo el mundo sabe que Oeste es pa' arriba en un mapa." Todos reimos.
La próxima mañana nos fuimos para otro hostal llamado Chicago que quedaba en la misma calle de Los Rios. Se nos cobraron siete a persona, lo que fue no más de un dólar y medio más que Hostal Revolución, pero este habitación resultó ser mucho más lujoso, con camas grandes y muebles elegantes. Además, el tipo que nos enseño la habitación pareció al actor Cuba Gooding Jr. Corey estaba de acuerdo con mi hallazgo.
Parque el Ejido no estaba cerrado para mantenimiento, sino estaba grande y lleno de gente interesante. Al fondo del parque encontramos hileras de cabinas verdes de vendedores indígenas.
""Migo, vamos a necesitar más ropa para subir volcanes. Nos congelamos en Rucu Pichincha."
"Ya sé. Debemos buscar chaquetas y guantes."
"Sí." Logramos de comprarlos. Compré una chompa de lana. Guantes de lana. Y de Estela, una gorra de lana. Charlé con ella por largo rato, explicándole la situación de nuestro viaje, que éramos gringuitos de los estados unidos, allá en el Ecuador para pasear.
"Y en el fin del viaje, quiero ir a Otavalo para ir de comprar."
"Yo soy de Otavalo," contestó ella sonriendo. Ella era hermosa, baja y amable con aquella sonrisa amplia. Ella me mostró sus productos, y rebusqué por todas las gorras para encontrar una con orejas y de colores buenos. Unos dos dólares intercambié para mi nueva gorra de lana que apretaba mi cabeza. Creía que Estela la había bendicho con su belleza y comportamiento simpática. Aunque su sonrisa mostraba dientes de oro y su ropa era extraña en el estilo indígena, verdaderamente me caía muy bien esta mujer.
Al anochecer, ya poseía bastante conocimiento de la ciudad de Quito. Habíamos caminado por docenes de calles, callejones, avenidas, senderos y todo tipo de via. Yo estaba sumergido en la cultura de un país extranjero, y propuse que estábamos lejos del hogar. Esa noche, Corey prendió la televisión para revelar una canción de los Red Hot Chili Peppers. Sí, estábamos completamente desvínculados de nuestro mundo… Eso fue una de las primeras indicaciónes de la influencia inminente de cultura estadounidense en el Ecuador, y el restro del mundo,de hecho.
Corey apagó la televisión y se acostó en la cama, donde no cabían sus piernas grandes. Leía su libro, el guía oficial para Ecuador o algo parecido. Yo me puse mi gorra y contemplé la pared. "Hoy es Sabado."
"Sí?"
"Simon. Y mañana, así que, es Domingo. Debemos asistir la misa en la Basílica."
"Por qué?
"No sé. Sería algo bueno que hacer. Pero para ninguna razón."
"Ni siquiera he asistido la misa en los estados." Sus ideas realmente eran originales. Poseía la propensidad de cometer tales locuras como caminar la bahía de Monterey, un viaje de casi dos días completas sin dormir. Sonreí por el cáracter de mi compañero, cuyo cabello rojo y tamaño reflejaba las otras cosas incongruentes que solía hacer. "Sin embargo, me parece una buena idea."
"Lo harémos pues."
"Ok. Podemos llevar las camisas buenas. Mi verde y tu naranjada. Ironico que ellas son realmente feas. La mia trae hoyo en el dorsal que arreglé con cinta Duct…"
"No importa. Y sabes que después de la misa, después de pasar tiempo con nuestro amigo Jesus, regresaremos aquí para las mochilas, y seguiremos al Terminal para irnos a Papallacta."
"Mañana," dije con gravedad, "es Ciao Quito."
Desayunamos de pan y papaya en Hostal L'Auberge, donde tambien conocimos el viajero. Era de Canadá, y no entendí sus razones por estar allá en Sudamérica para varios meses. Él era bajo, tímido, y solo.
"Me encuentro también un poco enfermo," nos dijo con su voz de tono alto. Mejor dicho que lo dijo a nuestros pies. "Pero es solo a causa de la elevación. Afecta a ustedes?"
"A nosotros no. Somos de las montañas de California, y nuestro pueblo está ubicada a la misma altura de Quito." Corey habló más con el tipo. Yo me senté en la mesa del jardín. Le despedimos, diciendo que tal vez nos veríamos.
La mañana vino sin estorbo el Domingo, asomando con cielo de azul profundo por la ventana del hostal. Me puse mis lentes para ver Corey, el reloj de la Basílica donde iríamos enseguida, y las montañas fecundas que extendían al paralelo de la ciudad larga de Quito.
"Estás despierto? Hay que ir casi ahorita, empieza la misa muy pronto."
"Me desperté antes que tú, 'migo. Ponte la mejor ropa."
"Por supuestro. Tenemos que parecer hombres respetables en la iglesia."
No hubo la muchedumbre de ciudadanos que había esperado. De hecho, la catedral inmensa parecía muy vacía, aun después de llegar la gente tarde. El edificio ya no me dejó atónito, pero si seguió impresionándome las bovedas y ventanas de vidrio colorado. La misa empezó con una canción, algo un poco incongruente por su presentación con amplificadores electrónicos. La voz era bonita aunque salió de aquellas máquinas feas.
Me tardé en encontrar el lugar apropiado en el folleto de la misa. En cierta ocasión nos levantamos porque lo hicieron los demás. Tuvimos que repitir la acción unas veces. Prefería yo quedarme sentado porque sentí que todos me miraban al levantarme. Entendí mucho de la lectura.
El sacerdote nos hizo orar por muchas cosas. La frase repitía bastante veces. Para los que no saben amor, oremos. Para los que luchan guerras, oremos. Pero realmente era más eloquente que lo que yo pudé reproducir de memoria. Dios, fortalece mi voluntad.
Cuando ya quería de irme de la misa, terminó de estilo bueno. Otra vez, yo hice igual a los demás presentes, quienes apretaron las manos y hasta se abrazaron. Me cruzó la mente la idea que quizás la iglesia y religión realmente podía sembrar la paz. Nos fuimos, dejando las estatuas de Jesus crucificado.
"Bueno. Lo hicimos. Y aquí estamos." Yo no respondí.
Abrí la puerta de la habitación después de desayunar. Desayuno tambien resultó ser una comida barata. Toda comida en Quito restultaba ser tan barato que ya habíamos empezado a comer mucho solo porque la comida estába, y apenas costaba una miseria.
Al caminar hacia el Terminal Terrestre, aprendí que sí, había áreas peligrosas de la ciudad. Un callejón nos trajo a un baño público que nos cobró diez centavos para mear. Eso no fue fácil con mochila torpe.
Corey se extravió. Por supuesto le seguía yo, así que me perdí un poco tambien. Logramos por fin de llegar al terminal. Era una colmena subterránea, repleta de gente cesante y las bestias buses.
"Tena, Tena, Tena!"
Docenes de gritos oí. Todos trataron de persuadir a uno a comprar un boleto. "A Papallacta?" les pregunté a todos.
" Sí. Hay un carro que sale ya mismo." Corey compró los boletos.
Ciao, Quito.
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