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Qué bueno el albergue en Hospital de Orbigo. Tras un desayuno importante a eso de las seis, frescos y a tope comenzamos el Camino... Durante una hora cruzamos cultivos de cereal y acequias para acabar llegando a la carretera y encontrarnos con un chaval, americano él, rubio y con un libro del camino para intentar orientarse. A pesar de nuestras explicaciones, decidió seguir por la carretera. Nosotros seguimos dando aparentemente una vuelta que alargaba el camino. Sin embargo, acabamos llegando antes a Santibañez de Valdeiglesias tras la amanecida. Un pueblo que a pesar de estar a unos poco kilómetros de la N-120 parecía estar dormido. Allí jugueteamos con un ternero casi recién parido y continuamos el camino hasta Valdeiglesias, todavía más pequeño y olvidado que el anterior. Tras subidas y bajadas por un camino de uso agrícola, a veces camino y a veces lecho de torrente, llegamos cerca de San Justo de la Vega donde encontramos una gran sorpresa, el Jardín del Paraiso. Es una antigua nave de uso agrícola en medio de un campo llano de cereales donde un amigo del camino ha puesto una kiosco de bebidas y frutas para deleite de los peregrinos. Todo gratis aunque se podía sellar la compostela y dejar algún euro. A pocos kilómetro, San Justo, un pueblo muy bonito a las puertas de Astorga, cruzado por el río Tuerto. La llegada a Astorga, horrorosa. No entiendo como se puede descuidar estas cosas. El paso a nivel, increible. Sin embargo, Astorga es como un pequeño cofre lleno de cosas pequeñas pero preciosas, todas juntas y apelotonadas. Un café en una fresca plaza vino de perlas, sobre todo para mirarme la uña del dedo gordo del pié derecho. He tropezado en la entrada a Astorga y esa uña me dará tormento a lo largo del Camino.
Con bastante pereza, continuamos el andar. Salida hacia Murias de Rechivaldo. Antes de cruzar la autovía pasamos por la ermita del Ecce Homo, una pequeña capilla con fuente de agua fresca y vieja añosa y arrugada pero simpática que nos selló la compostela. Desde aquí a Rabanal nos esperaba una dura y constante subida en un camino de piedras blancas y rasposas con sólo la sombra de arbolitos recién plantados (Xacobeo, ya se sabe) que daban sombra a las hormigas.
Sin embargo, a plena canícula llegamos a Santa Catalina de Somoza. Pueblito delicioso, para perderse y que no lo encuentren, con caserío de piedra y dos bares 100% para peregrinos. Alli disfrutamos enormemente a base de cervezas y un cocido maragato. Tuvimos que hacernos un seguro de vida antes de comérnoslo, a 35ºC fuera. Siete u ocho tipos de carne y embutidos, garbanzos con varias verduras y un lebrillo de sopa con fideos gordos. Y una botella de tintorro de la tierra. Y encima el camarero nos dijo que si queríamos un arroz con leche... Para haberse matado.
La cuestión fue buscar sombra para digerir aquello, como dos serpientes boas, vamos. Y encontramos un techo de madera en el patio de la escuela con dos mesas, una de piedra y otra de madera. Allí mismo estuvimos casi dos horas de siesta, parecíamos la tumba de dos reyes y después al Camino de nuevo. Nos quedaba un buen tramo hasta Rabanal.
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