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Llegamos al gran pueblo de Bucay (un viaje de 90km), después de 48 horas de lluvia, catástrofes con las botas de los caballos, y más lluvia. Parece que las botas no funcionan en la lluvia, y frotan los talones de los caballos. Después de poco progreso durante los primeros dos días, decidimos de envolver los talones en venda protectiva, ajustar las botas 'Easy', y intentar bajar el descenso vertical de 2.000km a Bucay. Herraríamos los caballos con las herraduras mas tradicionales hasta que lleguemos a la clima más seca de Perú.
Todo salio según lo previsto. Bajamos por la selva de la montana, y salimos ilesos. Llegamos a Bucay en la cumbre de carnaval, y descubrimos dos cosas. 1. Que es común arrojar bombas de agua a los caballos. Ningunos de los caballos apreciaron el ambiente, y casi aplastaron a un niño que había lanzado una bomba de agua. 2. El tránsito no cede el paso al caballo. Todos los jinetes tuvieron suerte de quedar sentados en la silla.
La carpa nos provee de un refugio aceptable de los elementos durante la noche. Cada día nos levantamos a las 6, comer la avena, y comenzar el proceso de empacar. El aprendizaje de nudos nuevos ha sido esencial a la seguridad del equipo, y la coordinación mejora cada día.
Las relaciones entre las caballos son positivas. Capricho está todavía reacio a compartir su área de pasto con los otros, pero lo mejor, sin lugar a dudas, es su capacidad recién descubierta de caminar y defecar simultáneamente. Los cinco tienen este truco ahora, que ha mejorado nuestro progreso de manera espectacular.
Ahora, tenemos la intención de dar a los caballos un descanso de un día, mientras se los hierra antes del ascenso hacia Cuenca.
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